| Entrevista | Antonio Viñayo |
«Estudio todo el día porque la vida es corta y la ciencia larga»
Antonio Viñayo posando en el claustro de San Isidoro
Lleva más de quince años pidiendo la jubilación, pero los dos anteriores obispos se la negaron. Ahora, el recién llegado Julián López se la ha concedido a los 81 años. Tiene muchos proyectos de lectura y le gustaría dejar escrita una historia de la Colegiata. Antonio Viñayo es ahora abad emérito de San Isidoro, aparte de un gran humanista y un sabio. El sábado, la Sacramental y Penitencial Cofradía de Nuestro Padre Jesús Sacramentado le ha preparado un homenaje, en el que le entregará una medalla de oro de la cofradía. -¿Por qué ha renunciado al cargo de abad de San Isidoro? -Pedí la jubilación hace quince años y he institido para que me la concedieran, primero al obispo Belda y luego a Vilaplana, pero me dijeron que se me quitara de la cabeza. Y con el actual obispo he vuelto a pedirla, para que no dijeran que estaba apegado al cargo. -¿A qué se va a dedicar? -Tengo mucho que leer. Me dedicaré más a la Iglesia y a tener una vida tranquila. -¿Perderá León a uno de sus grandes humanistas e investigadores? -León no perderá nada, todo lo contrario, me podré dedicar más a leer y escribir. Me han metido en todos los barullos, desde barrer a poner tejas y cuidar del gallo... -¿Qué le queda por hacer? -Casi todo. Sobre todo, una buena historia de la colegiata, con sus grandes personajes. Llevo aquí cincuenta años. -Ha habido múltiples investigaciones, pero ¿cuándo sabrá León quién está enterrado en el Panteón Real? -Sabemos que están doce reyes y trece reinas y los infantes... Sabemos quiénes son, pero no dónde están. Las tropas napoleónicas saquearon las tumbas y esparcieron los restos. Cuando se restauró el panteón se metieron colecciones de huesos en cada tumba. Útimamente hemos podido estudiarlas y separar varones de mujeres y niños. Se pudo averiguar el nombre de algunos de estos cadáveres, como el de Bermudo III. Habría que hacer un congreso y colocar a cada cadáver en su caja. -¿Cómo le gustaría ser recordado? -Que recen por mí. He formado parte de un conjunto. Que recuerden esa etapa y a esta buena gente del cabildo, que hicimos todo lo que pudimos. -¿Cuántos secretos de San Isidoro no nos ha contado? -He contado todo lo que aprendí, generalmente preguntando al gallo y a los códices y todo lo divulgué. ¿Secretos? He recogido los anteriores y he contado los últimos... -¿Publicará alguna vez todas las leyendas que conoce? -No sé, pero me gustaría, para que no se perdieran. -¿No se cansa de estudiar? -Nunca. Por eso sé menos. Dedico todas las horas del día y de la noche, porque la vida es corta y la cienca muy larga. Me obligan a pasear y lo hago por la muralla con un libro, así saboreo el paseo. -¿Utiliza Internet? -Sí, es otro mundo. No he sido capaz de leer todo lo que hay en la Red sobre San Isidoro (unos 20.000 folios). -¿Quién le va a suceder? -Un sacerdote. El cabildo ahora está muy mermado, sólo quedan cinco. Espero que el obispo busque la manera de completar la plantilla hasta trece. Según la norma, el cabildo propone a tres y el obispo elige a uno. -¿Conserva algún cargo? -Soy abad emérito y el obispo me ha nombrado también rector honorario de la Cátedra de San Isidoro. -¿Cuál ha sido el momento más amargo de su vida? -En la adolescencia, la desaparición de mis padres. En plena Guerra Civil, ver la muerte de mis condiscípulos. En cambio, mi vida sacerdotal ha tenido muchas satisfacciones. -¿De qué se arrepiente? -De muchas cosas todos los días; sobre todo, lo que pude hacer y no hice.