Nueve toros salieron ayer al ruedo del Parque, tras devolver el presidente a uno por inválido y a dos por lesionarse
Ponce, a pesar de los toros
El valenciano lidió dos sobreros y cortó cuatro orejas, por una de César Rincón y otra de Joselito
A Enrique Ponce se le aplaude en León hasta lo que no hace. Tanto gusto le da al público leonés verle en el ruedo que ayer le obligó a saludar desde el tercio antes siquiera de abrirse de capote. Luego demostró por qué es el número uno, y por qué le valen todos los toros, y los aplausos se multiplicaron en duración e intensidad hasta que abandonó, una vez más a hombros, el ruedo del Parque. Tres horas duró la corrida de ayer, y Ponce no se cansaba de torear. Tres horas porque salieron en total nueve toros: los seis anunciados de García Jiménez, que bien podían haberse quedado en su finca; un sobrero de la misma ganadería y otros dos de Alipio Pérez Tabernero. Estos dos le tocaron en suerte al torero valenciano. En suerte porque cayeron en sus manos, si no otro gallo habría cantado. En suerte también para el público, que vio esta vez a Ponce borrar las dificultades de sus enemigos en su prodigiosa muleta, en lugar del clásico alivio de fatigas a toros noblotes al que nos tiene acostumbrados por estos lares. Su primer enemigo se lastimó la mano izquierda al tercer lance de recibo. Bronca monumental a la presidencia por obligar al toro a pasar por el caballo, en el que, por cierto, metió bien los riñones. Salió el sobrero y al tercer lance quiso buscar la salida. Reservón y descastado, esperó mucho en banderillas, pero Ponce se hizo enseguida con él. Tiró de la embestida dejándole siempre la muleta en la cara, y sacó por los dos pitones largos pases sin dejarse tropezar el engaño. Ponce sacó al toro todo lo que tenía, y se inventó el resto. Hasta le sacó varios pases en redondo cuando parecía, ya en tablas, que allí no había más que hacer. El sexto, el toro más cuajado del encierro de García Jiménez, salió como un tren y se estrelló contra uno de los burladeros. Salió del topetazo descoordinado y fue devuelto. El que le sustituyó sembró varias veces el desconcierto en el callejón, con sus intentos de saltar la barrera. En la muleta, la faena parecía imposible. Perdía las manos cuando se le bajaba la franela, y sólo admitía los pases de uno en uno, a regañadientes. Ponce lo cambió de terreno y, cuando parecía que no había nada que hacer, le enjaretó una tanda que hizo vibrar los tendidos, y que fue el preámbulo de varias series ligadas y obligando al toro. Incluso pases circulares extrajo de aquel toro en principio remiso a embestir. Su peculiar versión del cartucho de pescado y algunos adornos pusieron el colofón a una faena, larga como la anterior, que remató de efectivo espadazo. César Rincón volvía al ruedo leonés, en este su regreso a la profesión después de varios años en el dique seco por las lesiones y las enfermedades. No se le notó el largo parón. El colombiano está con sitio y seguridad, y sigue siendo una delicia contemplar cómo dejar lucir a los toros, cómo les da la distancia que necesitan para embestir. Esa fue la clave de la faena a su primero, al que recibió con una tanda de excelentes verónicas, y realizó un quite con la misma suerte. El toro tenía poca fuerza, pero buen tranco que Rincón aprovechó para tirar de él con mucha suavidad, llevándole largo en el centro del ruedo y dejándole reposar. También fue bueno el toro por el pitón izquierdo. El diestro le perdía unos pasos a cada muletazo para darle distancia. No le acosó en ningún momento, y esa fue la clave para que el toro le durara lo suficiente. Rincón estuvo reposadísimo y torero, terminó su labor con alardes de rodillas en el centro del ruedo y unos ayudados con mucho sabor. El público estaba con él, y un rugido común empujó el puño del torero cuando éste entró a matar. El cuarto fue un toro más cuajado que la mayoría de sus hermanos, flojito y descastado, que acabó rajándose clamorosamente. Cortó mucho en banderillas, y embistió en violentas oleadas. No admitía más de tres muletazos seguidos, y amenazaba con huir a las tablas en cuanto se sentía acosado. Rincón le dio sitio, le dejó respirar cuando se sentía más atacado, y por eso el toro permaneció unos minutos en el centro del ruedo. Finalmente acabó en la querencia, y ahí intentó el colombiano aprovechar los últimos muletazos. Joselito no tuvo suerte con su lote. Recibió a su primer enemigo con despaciosas verónicas, pero el toro, que ya perdía gas en el saludo de capote, se derrumbó a la salida del caballo y no pudo levantarse. Se corrió turno y salió el que debió haber hecho quinto, que también salió huyendo tras el puyazo. El animal soltaba un violento derrote al final de cada muletazo, enganchó la muleta repetidas veces e imposibilitó el toreo asentado. El torero recibió al quinto con unas verónicas a pies juntos de mano baja y mucha clase. Descastado, el toro salió ya suelto del caballo y arrancó con violencia varios capotes de las manos de los toreros. Sólo pudo realizar faena por el pitón izquierdo, y sacando los pases de uno en uno, sin ligazón. Eso sí, se volcó en el volapié.