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Ganó cuatro Oscar, un récord que no ha podido arrebatarle ninguna otra compañera

Una actriz por delante de su época

Su trayectoria cinematográfica es la historia del cine americano de dos tercios del siglo XX

Katharine Hepburn junto a su gran amor, el actor Spencer Tracy, con el que nunca llegó a casarse

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Boquerini madrid
León

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Fue una mujer por delante de su época. Inteligente, divertida, elegante, moderna, rebelde y provocadora, no sólo fue la primera en ponerse pantalones en Hollywood, sino que además los puso de moda entre las féminas. De aspecto andrógino, hija de un medico y una sufragista a la que acompañaba a los mítines, Katharine Hepburn fue siempre una mujer adelantada a su tiempo, impuso la moda en los años 30 y 40 y el pacato Hollywood de posguerra acabó aceptando que ella decidiese quienes serían sus galanes y sus directores. Se rebeló contra el star system, luchó contra la caza de brujas y defendió a compañeros como Humphrey Bogart sin perder nunca la compostura y el humor. «La vida es lo importante: caminar, disfrutar de la casa, la familia, el nacimiento y la muerte y la alegría. Actuar es simplemente esperar una tarta de crema», dijo en una ocasión. Con Katharine Hepburn desaparece la última grande de Hollywood, algo que a ella nunca le gustó, ya que nunca quiso ser más que una buena actriz. Detestaba el maquillaje, los estrenos tumultuosos, los flashes de los fotógrafos, la popularidad... Ganó cuatro Oscar, un record que no se lo ha arrebatado aún ninguna compañera, y estuvo nominada al galardón en 12 ocasiones. Durante varias décadas fue la indiscutible reina de la comedia. Junto a Spencer Tracy, actor al que impuso a los productores, trabajó en nueve ocasiones, surgiendo entre ambos una química explosiva que dio como resultado algunas de las más geniales comedias sobre la guerra de sexos de la historia del cine: La mujer del año, La llama sagrada, Su otra esposa, La costilla de Adán... Odiaba mirarse al espejo, pero sus personajes eran el espejo en el que millones de mujeres de todo el mundo buscaban verse reflejadas. Tracy fue el gran amor de su vida, aunque él, católico y padre de un hijo deficiente mental, nunca quiso separarse de su esposa. «Amor no tiene nada que ver con lo que esperas conseguir, sino con lo que esperas dar», aseguró la actriz. Sin importarle la evidente presencia del Parkinson que padecía, siguió trabajando hasta que la enfermedad se lo impidió completamente en 1994. «Lo único que puede hacerse para no envejecer es no pensar que se está envejeciendo», decía en muchas ocasiones. Cine americano Su trayectoria cinematográfica es la historia del cine americano de los dos últimos tercios del siglo XX. Debutó en el cine en 1932 con Doble sacrificio, de la mano de George Cukor, su director preferido, que la dirigiría en diez ocasiones, entre ellas en las magistrales La gran aventura de Silvia ( 1935), Vivir para gozar (1938), La costilla de Adán (1949) o La impetuosa ( 1952). Su papel en Las cuatro hermanitas, también dirigida por Cukor, abrió los ojos de Hollywood ante su talento como actriz. Cuando en 1936 consigue que John Ford le de un absoluto protagonismo con María Estuardo era ya una primera estrella. Sería en 1938, con La fiera de mi niña, de Howard Hawks, cuando demuestra su enorme talento para la comedia y la consagración como la actriz más importante del mundo.