Diario de León
Publicado por
Juan José Domínguez
León

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El título de aquel encuentro fue Novela, paisaje y Cepeda , pero yo no hablé en él de literatura, entre otras cosas porque carezco de conocimientos para ello. Yo, en la medida de lo posible, conté cómo ha influido La Cepeda en mi carácter como escritor. Por eso destaqué lo que denomino la tríada cepedana , cuyos elementos básicos son el ruralismo idílico, la memoria y el romanticismo cepedano, y que, a mi juicio, explican la excelsa creación artística en nuestra comarca. De León han salido estupendos escritores, y ello se debe al carácter particular de los leoneses. Somos libertarios, imaginarios, creativos y dados a contar historias. El paisaje, el clima y nuestra forma de ser tienen mucho que ver con el modo de pensar y de escribir. Ocurre que, aunque más o menos todos los leoneses nos parecemos y la orografía de nuestras comarcas se asemeja, en La Cepeda se manifiestan ciertos rasgos con mayor intensidad, que, como expondré más adelante, dan lugar a una identidad creativa propia. Así, por la forma de mostrar nuestros sentimientos locales, se da un nacionalismo de pan y tomillo que no va mas allá de exaltaciones orales y muestras de amor a la sierra de Pozofierro o a la Ribanca de Villagatón. Pero no más. Con el primero de ellos, al que yo llamo ruralismo idílico, me refiero a esas imágenes perfectas en estado puro, en las que el tiempo se quedó parado hace un siglo. Pienso en robles y urces coloreando el monte con ese gris azulado, y también pueblos, con sus casas de piedra y con hatos de vacas pastando por los prados o cruzando el pueblo en vecera. Y pienso en el luminoso cielo azul de julio y el viento templado de media tarde, en las nubes blancas y algodonosas de agosto, en el croar de las ranas al oscurecer, en los trinos de las golondrinas y los pardales que se posan en los tejados de paja. Pues bien, para mí, que baso las narraciones en el paisaje, mi mejor ingrediente literario son los distintos olores de La Cepeda. A mi modo de ver, no hay sentido humano que describa con mayor precisión una imagen que el olfato: tú puedes contar con detalle cómo es un pueblo cepedano en diciembre, con la matanza, el frío y la nieve, el humo, la leña o que uno desee; ahora bien, si tú escribes: «llegué a Villamejil y olía a Navidad», te sobra lo demás. También la memoria aumenta el potencial creativo. Curiosamente, casi todo lo que recordamos de La Cepeda tiene que ver con ese estado ideal, sensible y perfecto, en el que se mezclan la nostalgia y el deseo por recuperar y el tiempo perdido. Desde hace un siglo, la gente de aquí ha tenido que emigrar. Así, el hecho de abandonar la comarca ha dado lugar a que exista una necesidad vital de retorno al pueblo, de vuelta al estado ideal y platónico; sin embargo, como no es posible, nos conformamos resucitando remembranzas con el fin de llenar el vacío. Pues bien, qué mejor oportunidad de volver al «estado idílico» que inventarte un relato o narrando una anécdota o historia real a propósito de la memoria. Casi seguro, el rasgo que mejor representa al cepedano en su actitud ante la vida es el romanticismo. Y por supuesto, ante la literatura. Somos individualistas, creativos y fantasiosos. Somos, por encima de todo, libertarios. Como no tenemos un rey en La Cepeda, cada uno de nosotros se convierte en príncipe de su propio territorio, de su espacio, de su pequeño reino. Y como somos románticos, tenemos memoria y vivimos en un entorno rural, las expresiones y narraciones afloran de la imaginación, el sentimiento y la emoción. Y logramos escribir con el alma.

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