Diario de León

Nieto del dirigente comunista Ignacio Gallego, fue recluido en distintos centros rusos

Un paralítico cerebral relata su vida en siniestros orfanatos

Rubén Gallego encontró a su madre tras descubrir que ella no le había abandonado

Rubén Gallego es un defensor de la vida «por encima de cualquier carencia»

Rubén Gallego es un defensor de la vida «por encima de cualquier carencia»

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Gema Lendoiro - madrid
León

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Le separaron de su madre cuando nació porque era paralítico cerebral. Un error que no podía permitirse dentro de la familia de un dirigente comunista en el exilio como era Ignacio Gallego. Vivió toda su infancia y parte de su juventud en siniestros orfanatos rusos. Siempre atado a una silla de ruedas, impedido, apartado de la sociedad. Era un proscrito. Sin embargo, sacó fuerzas de su interior y buscó a su madre, que desconocía que seguía vivo. Ahora ha publicado su historia en un libro a golpe de relatos. Blanco sobre negro (Alfaguara) es su vida. Pero no cae en falsos dramatismos. Sólo desvela lo que con su brillante inteligencia y su extraordinaria sensibilidad vio y sintió: «Si hay algo que sé es que vale la pena vivir, por encima de cualquier carencia, incluida la del amor». Hablar con él resulta complicado y no por sus carencias físicas, ni siquiera porque no hable bien español, sino porque resulta ser un tipo duro, que observa a su interlocutor y hace preguntas, algunas cargadas de ironía. «Soy creyente, pero creo que iré al infierno», dice entre risas, y añade: «Deseé la muerte de un compañero porque era horrible ver su sufrimiento. He querido la eutanasia para mí si mi estado empeoraba y además he estado casado dos veces, así que no soy un ángel». Se mueve gracias a dos dedos que manejan los botones de su silla de ruedas. Con ellos también escribe, «aunque este libro lo escribí con uno». Resulta casi obvio imaginar que está enfadado con la vida por su situación; sin embargo, no es así: «Es peor no sentirse querido, además qué voy a hacer, ¿llorar?, no serviría de nada, es mejor reírse». A los seis años Rubén Gallego dejó de soñar con su madre, a los ocho comprendió que estaba solo y un año más tarde asumió que nunca caminaría. Ahora ha dejado atrás esas decepciones.

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