Diario de León

Apoteósica Teresa Berganza

Por primera vez el Auditorio proyectó el concierto de la mejor mezzosoprano del mundo en el exterior del edificio, donde el público leonés disfrutó de un concierto inolvidable Opinión: ¡Po

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Miguel Ángel Nepomuceno - león
León

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La presencia de Teresa Berganza en cualquier escenario del mundo es siempre un acontecimiento cultural de primer orden y un testimonio impagable del arte de una mezzosprano que con su luminosa voz  ha llevado el arte del canto a los rincones más alejados del planeta. Y ayer noche lo pudimos comprobar una vez más cuando un Auditorio lleno a rebosar se hizo clamor al aparecer la mítica cantante en su  escenario después de doce años de ausencia, ya demasiado lejanos. Se cumplía así su deseo de  actuar en él. El público leonés supo agrader agotando el aforo del Auditorio días antes de su presentación. Una muestra más de que la lírica y en concreto las leyendas continúan teniendo las bendiciones del respetable que conoce y sabe lo que es único, lo aprecia y lo demanda. Junto a ella, su acompañante más querido, José Antonio Álvarez Parejo, que conoce a la perfección a Teresa, la mima y la mece con su pulsación, dejándola respirar donde lo necesita o dando milimétricamente las entradas para que todo resulte perfecto y la voz  corra sobre un mullido colchón apoyada en la excelente acústica del Auditorio. Con un programa exigente y cuidado al que la mezzosoprano madrileña se entregó sin red en cada una de las arias, todo en él fue un continuo crescendo hacia lo excelente.  Lógicamente la voz no tiene ya el brillo de antaño, y sin embargo mantiene intacto ese color pletórico de sensualidad, de matices y acentos. Pese a presentar algunos problemas iniciales de tirantez, rápidamente la voz corrió libre, segura y afinada hasta hacerse con un público encandilado que la aplaudió lo no escrito y la dio alas para todo, a cambio de poderla escuchar en un programa en tres lenguas y sólo para  oídos habituados al lied. Lo que Berganza sembró anoche en ese Auditorio, entregado y enfebrecido desde el mismo momento en el que atacó las dos primeras canciones de Vivaldi Un certo non so che y Piango, gema, sospiro, con ese proverbial fraseo que es la marca de la casa de su arte, fue una auténtica lección de  adecuación estilística, técnica y sensibilidad expresiva. «Cantar sola acompañada por un pianista es terrible -dice Teresa-, y en ese trance te sientes anímicamente desnuda, expuesta a todas las miradas. En un recital vives tantas vidas como canciones interpretas. Después de todo, la representación es de varios, el recital es sólo mío, lo escojo y lo hago como quiero»  Y suyo fue ese despliegue de  sensaciones contenidas, en las que el legato perfecto, la musicalidad y la pasión jugaron al escondite con la inteligencia. Fue Falla y sus siete canciones populares españolas las  que pusieron la guinda a este recital y en pie a toda la sala ante el despliegue de acentos que la genial cantante desveló. Arte en estado puro, simbiosis de inteligencia, elegancia y, adecuación perfecta del sonido a la palabra. Por primera vez, el Auditorio proyectó el concierto en las paredes del edificio, en una suerte de efectos espléndidos...

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