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Publicado por
MANUEL LEGUINECHE
León

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¿Con cuál de los múltiples Vázquez Montalbán nos quedaremos? ¿Con el periodista, con el ensayista, con el poeta, el novelista, con el crítico de costumbres, con el conspirador tranquilo? Unos dirán que con el poeta, otros que con el carvalhista, otros que con el revolucionario tranquilo y coherente, otros que con el gourmet y el gourmand, que de las dos cosas tenía, otros que con el cronista del tiempo que ha pasado. Al llegar a este punto cabe preguntarse si esta dispersión perjudicó a la hondura de su obra. Pero Manolo no tenía vocación de Juan Rulfo. Se veía obligado a luchar por la vida, a vivir de las colaboraciones, a tanto la pieza, que no era muy partidario de dirigir desde un despacho. Desde muy joven se metió en la túrmix del periodismo y la edición, para tratar de ser sublime de manera ininterrumpida. No lo sé, pero tengo la impresión de que hace tiempo que debía de haber ingresado en la Academia, pero olía a azufre. Escribía en los periódicos y en las revistas porque ese cuerpo suyo de apariencia serena, la paz de los gordos acentuada por el marcapasos, le pedía guerra, el comentario mordaz, la puesta al día de los desastres políticos, el humor que apenas si llegaba al sarcasmo. Sus artículos nunca se parecían a otros. Tenía voz propia, la facilidad de reírse de sí mismo y de sus achaques. Del periodismo, aquella etapa tan fértil, y tan necesaria, en la revista Triunfo , a la novela. La crónica sentimental de España. Zarra y la Piquer. La multiplicación de su sabiduría y su capacidad de trabajo. Era un superdotado. Todo esto se le pudo decir en vida, que no es artificio o adulación inducida por su muerte. Al conocerle, la gente esperaba encontrarse con un Manolo jocundo, y lo era, pero sin aspavientos. Hablaba lo justo, y su capacidad de interpretar la vida a través del epigrama era una de las características de su personalidad. Un cachondo, Manolo, pero nada de abrazos aparatosos, ni de exaltaciones de la amistad producto de las copas. El realismo socialista no era lo suyo, se sentía más eficaz para el propósito revolucionario con sus análisis descarnados y sus criaturas como el mismísimo Carvalho. Un comunista autor de relatos policíacos. Manolo el Empecinado. Ha estado tan presente a lo largo de estos años que no sé si nos haremos a su ausencia. Me temo que no, Manolo.

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