Baruda Skoda, coherencia y rigor
La presencia en León de un maestro de la talla de Paul Badura-Skoda ha vuelto a poner en tela de juicio si las interpretaciones historicistas tienen tanta importancia como se les ha venido otorgando o por el contrario sólo son una manera más de aproximarse a unas lecturas que tienen en su esencia el servir con la mayor fidelidad posible a Mozart, Bach o Beethoven sobre instrumentos de época. Para su segunda presentación en León Badura-Skoda eligió un programa con cuatro autores, Mozart, Beethoven, Haydn y Schubert, en los que siempre ha mostrado un gran dominio porque ha sabido captar toda la esencia procedente de la tradición, no sólo merced a la propia escuela austriaca en la que se formó, sino a su profundo estudio del período pre-beethoveniano en el que Haydn tiene mucho que decir pese a ser su obra para el teclado ignorada casi por sistema. Partiendo de esa Fantasía en do menor K.475, del salzburgués, ahíta de una desbordante y sinuosa línea melódica, Badura-Skoda nos fue introduciendo en un pianismo de refinada armonía en el que los valores cantabiles se alternaron con la técnica más tradicional en las que a sensibilidad, legato impoluto, calibrado rubato, sentido del canto y de la respiración se sumaron las adecuadas dosis de apasionamiento dentro siempre de una sobriedad y de una parquedad expresiva a todas luces encomiables. La sonata Op.111 de Beethoven tuvo entre sus, todavía, ágiles dedos, una majestuosidad y una hondura sobrecogedoras. Luciendo un trazo límpido, firmeza en el ataque, variedad de toque, riqueza de pedal y un sentido del fraseo único, al que se sumó una perfecta ubicación de las voces medias, todo en esta soberbia obra tuvo diafanidad y exquisita flexibilidad haciendo del Allegro con brío, un sutil juego polifónico que subyugó. Fue con Haydn donde el maestro austriaco destapó el frasco de las esencias para brindarnos una lectura de las Variaciones en fa menor, fresca, luminosa, llena de alegría juvenil sin caer en el almibaramiento, manteniéndose elegante y cuidada. Concluyó el soberbio y denso concierto con la Sonata en Si bemol de mayor Op.960 de Schubert, una obra para la reflexión. Pocas veces un piano ha sonado tan libre y al tiempo tan medido y controlado. Pocas ocasiones tendremos de poder degustar un arte para el canto como el que Badura-Skoda desplegó la pasada noche en el Auditorio con esa sutil elegancia que le ha hecho ya legendario. Desde el Molto moderato con el que se inicia la obra hasta el subyugante Allegro ma non troppo con el que se cierra fueron múltiples las bellezas y detalles que este sabio maestro ofreció a lo largo de la noche y con esta Sonata en concreto. Su capacidad para otorgar un colorido original a cada grupo de frases, casi debussyano, unido al perlado de las notas picadas, hicieron de esta última obra una joya de sutilezas rayana a lo referencial. Su habilidad para el legatissimo y su proverbial limpieza en el fraseo nos permitió contemplar en todo su fulgor a un maestro del siglo pasado que nos mostró cómo debe tocarse en un piano moderno las obras clásicas con las técnicas más actuales. Toda una lección del último maestro de la escuela vienesa.