Diario de León

La grandeza de un tenor

El público leonés enloqueció anoche con la voz de un Ignacio Encinas que ofreció un recital de arias de ópera y romanzas de zarzuela hecho para emocionar a un Auditorio entregado

Publicado por
Miguel Ángel Nepomuceno - león
León

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La noche se hizo clamor tras el soberbio recital que el tenor de Grajal de Campos Ignacio Encinas ofreció en el Auditorio acompañado de forma excelente por la Orquesta Sinfónica Odón Alonso, a las órdenes de Dorel Murgu. La expectación levantada para ver y escuchar a Encinas se vio corroborada hace días cuando se colgó el cartel de «agotadas las localidades», en una demostración más de que la lírica continúa teniendo el mayor tirón de cuantas actuaciones musicales se programan en el Auditorio.   Aficionados llegados desde los lugares más lejanos de la provincia, encabezados por sus paisanos de Grajal, que portaban una pancarta en la que podía leerse «Grajal con Encinas», ondeaba al viento ante la puerta del Auditorio dando la bienvenida a su hijo predilecto. Las fuerzas vivas de la ciudad, incluidos el alcalde y el concejal de Cultura, siguieron atentamente el denso y emotivo recital que arrancó ovaciones como pocas veces se han escuchado en el Auditorio. Comenzó el recital con la hermosa obertura de La Forza del Destino, auténtica piedra de toque para calentar auditorios antes de comenzar la serie de arias de ópera con las que nos regaló el tenor. La vite e infierno, de la misma ópera, sirvió para calentar las cuerdas y avalanzarse sin concesiones sobre la hermosa Ah la paterna mano, de Macbeth, que Encinas cinceló con buen fiato y exquisita dicción, dos cualidades consustanciales que le distinguen del resto de sus colegas. La orquesta volvió a mostrar el equilibrio en la cuerda en la deliciosa y esperada E lucevan la stelle, de Tosca, un aria que, o se canta con total entrega y sentimiento, o puede resultar desdibujada y fuera todo el sentido formal de lo que debe ser un recital. Encinas lució un fraseo arrebatador cantado con la tremenda intensidad dramática que exige el personaje. Cantando a fuego Cuando se escucha a Encinas es imposible separar la cualidad del artista y la personalidad del hombre, algo que se hizo patente en el final de la primera parte con Vesti la giubba, de   Pagliacci, cantado «a fuego»; y toda la segunda parte del recital, en la que  el tenor se entregó sin red a las deliciosas romanzas de la Canción del vagabundo, de Alma de Dios, de Serrano, Los de aragón, que Encinas trocó por «los de León¿» y las deliciosas  Pondré en la empresa una polonesa de la poco conocida pero no por ello menos sugerente La Dogaresa, de Millán, para cerrar con la Bella espada triunfadora, de El trust de los tenorios y la famosa jota Te quiero morena, que acabó por poner de pie al Auditorio para pedirle más de lo mismo, lo que fue  aceptado de inmediato por el tenor para poner al respetable al borde de la emoción con ese No puede ser, de La Tabernera del puerto y el aria que nunca puede faltar en todo recital que se precie, como es el Nessun dorma, de Turandot, que desató el delirio. Encinas sabe caldear los auditorios y conseguir lo que otros no logran, como es hacer vibrar de principio a fin a miles de personas con sólo abrir la boca. Un recital deslumbrante que mostró una disposición y una facilidad insultante para los agudos, regulando y buscando con finura hermosas smorzature, sutilísimos planos y juegos dinámicos de directa expresividad; haciendo gala de una morbidezza y una calidez que ganan al más recalcitrante, cuando además se nos brindan enmarcados en una dicción de gran nitidez, con una orquesta que sabe sacar el máximo provecho de cada intervención. Inolvidable.

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