Diario de León

Entre el cielo, la tierra y los infiernos

El violonchelista leonés Luis Zorita protagonizó el domingo momentos brillantes junto a la Sinfónica de Castilla y León, pero el concierto en conjunto resultó algo desigual

Un grupo de personas rodean la estatua de Martín Gaite en Salamanca

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Miguel Ángel Nepomuceno - León
León

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Hay conciertos que por sí mismos poseen el atractivo suficiente para atraer a públicos heterogéneos, bien sea por el programa presentado o por la calidad de los intérpretes que lo ejecutan. En el caso del que ofrecieron el pasado domingo en el Auditorio la Orquesta Sinfónica de Castilla y León con el violonchelista leonés Luis Zorita, ambas premisas se cumplían, en principio, al pie de la letra. No así el programa, que fue alterado sin previo aviso. El anunciado en los anuarios de temporada del Auditorio figuraba la Quinta Sinfonía de Tchaikowsky en lugar de las Variaciones Enigma de Elgar que fue lo que al final se tocó. Este cambio, que según nos dijo el titular de la Sinfónica Alejandro Posada, no fue tal, ya que «nunca hemos tenido montada la Quinta de Tchaikowsky, tal vez para el año que viene», se sabía desde hacía meses y en ningún momento la gerente de la orquesta, Valentina Granados, o su gabinete de prensa, ha tenido a bien comunicarlo ni a los responsables de la programación del Auditorio ni a los medios informativos, con el consiguiente perjuicio a personas venidas de otras comunidades ex profeso para escuchar esa anunciada sinfonía. Pasando al desarrollo del concierto, nos sigue llamando la atención el protagonismo que actualmente tienen los concertinos en las formaciones sinfónicas, especialmente por estos pagos. Sabemos su labor impagable en las formaciones sinfónicas y camerísticas, pero no deben olvidar que ni son los directores, ni deben pretender usurpar protagonismo a los que verdaderamente lo tienen. Es curioso ver cómo en las mejores formaciones del mundo, la Sinfónica de Berlín, la de Colonia, Lieja, Estocolmo, ONE, etc, los concertinos asumen su papel -que no es poco-, y entran y se sientan cuando sus compañeros, sin embargo los de aquí entran solos, no se acomodan hasta que escuchan el ansiado aplauso y se arrogan antes de tiempo lo que tal vez no les pertenece. Será el director, si lo considera oportuno, quien, al final, les otorgue el beneplácito del aplauso, pero mientras tanto, por favor, manténganse en un discreto anonimato. El Concierto para chelo y orquesta de Elgar es una de las piedras de toque fundamentales para cualquier solista que se precie y en el caso del leonés Luis Zorita quiso que se cumpliera al pie de la letra. Sin embargo, por alguna razón que bien pudo ser la falta de ensamblaje entre solista y director, el concierto resultó frío, falto de brillo y poderío en los ataques y no produjo la sensación de estar bien preparado ni por la orquesta ni por el solista. Hemos escuchado a Zorita en este maravilloso concierto en otras ocasiones con otros directores y podemos corroborar que los resultados fueron muy distintos a los del domingo. Nervioso, pendiente de las entradas del director, Luis mantuvo como pudo el pulso del concierto con algunos momentos excelentes como el soberbio Adagio y el fulgurante Allegro , llenos de imaginación y hondura expresiva; pero la orquesta no le respondió con las debidas cadencias y entradas, y Posada ralentizó demasiado los tempi malogrando lo que en un principio pudo haber sido una gran performance. La propina: zarabanda de la Suite en re de Bach, mostró a un solista más relajado y compenetrado con la partitura. Los interminables aplausos supieron valorar la calidad y el buen hacer de un intérprete de primera magnitud. Las Variaciones Enigma fueron un paseo militar para Posada, que pudo desplegar sus poderosas dinámicas, su seguridad en el fraseo y traducir con eficacia el clima grandioso y solemne de esta deliciosa obra.

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