| Reportaje | El hijo de Hergé |
Del colonialismo al compromiso
Tintín pasó de ser el personaje ingenuo y manipulado de sus primeras aventuras a comprometerse con las causas desfavorecidas, un reflejo de la personalidad de su autor
La ideología de Tintín es un eterno debate que divide a los aficionados al cómic y que incluso se ha celebrado en otros foros: hace unos años, la Asamblea francesa dedicó una sesión a dilucidar la siguiente cuestión: ¿Es Tintín de izquierdas o de derechas? Quienes ven en el reportero un personaje reaccionario se basan en los primeros álbumes de Hergé. El dibujante envía a Tintín en su primera aventura a desenmascarar las «maldades» de los soviets, un fantasma que amenazaba con recorrer Europa, según pensaban los sectores más conservadores del momento. Aconsejado por sus superiores católicos, Hergé eligió el Congo como siguiente destino, un álbum que es testigo elocuente de la mentalidad colonial de la primera mitad del siglo XX. Se explota el mito del «buen salvaje», ineducado y a merced de los «salvadores» occidentales. Además, cuando Tintín sale de cacería, mata más animales que en cinco safaris. Ambas historias cargarían con este lastre, en parte consecuencia de lo poco que se había documentado Hergé, y el propio dibujante las calificó de «pecados de juventud». En defensa de Tintín se citan su idealismo y honestidad, como queda demostrado en El loto azul (la defensa del pueblo chino frente la invasión imperialista japonesa), El cetro de Ottokar y El asunto Tornasol (el rechazo a los totalitarismos) o Tintín y los Pícaros (el valor de la amistad). El reportero se indigna con los maltratos a los indígenas, como demuestra en El templo del sol, y defiende a los gitanos injustamente acusados de Las joyas de la Castafiore. En el fondo, la evolución de Tintín es un reflejo del particular crecimiento de Hergé, limitado por las mismas ideas conservadoras que le mantuvieron en su tira de Le Soir durante la Segunda Guerra Mundial, en vez de tomar partido por la resistencia. Hergé mantuvo vínculos con el rexismo, una variante belga del fascismo, pero se basaron más en la amistad que en la ideología, como explica su biógrafo Pierre Anssouline. Fue esa misma amistad, pero con el otro bando, lo que empujó a un reconocido resistente, Raymond Leblanc, a rehabilitar a Hergé en la posguerra, acusado de colaboracionista. La inestabilidad ideológica de Hergé era reflejo de las inseguridades en otros ámbitos de su vida, principalmente el afectivo. Sufrió grandes crisis de culpabilidad después de su divorcio y llegó a psicoanalizarse. A Tintín también se le reprocha su falta de carácter, su indefinición, su falta de vicios y las nulas explicaciones acerca de su vida privada. ¿De qué vive? ¿Quiénes fueron sus padres? ¿Por qué no tiene novias ni se ha casado? Hay analistas del personaje que sostienen que es esa «blandura» es la virtud del reportero, y que le permite pasar de los pantalones de golf de sus inicios a los vaqueros y el adhesivo de «haz el amor y no la guerra» que luce en el casco de motorista de su último álbum terminado. En cambio, Milú evoluciona a la inversa: en los primeros libros incluso habla con Tintín, pero después va perdiendo protagonismo. Pese a su popularidad, Hergé tuvo que defenderse de las acusaciones de ser un reaccionario. Así se lo explicó a Numa Sadoul: «Ante todo yo procuro ser un hombre de buena fe. No niego que pueda tener un fondo derechista, porque cursé mis estudios en un colegio católico, como un joven burgués. Pero no me siento en absoluto burgués, como tampoco me siento de derechas, ni tampoco de izquierdas. Lo que sí es cierto es que soy un hombre de orden». Quizá los diputados franceses no habrían necesitado tanto debate.