Por la técnica al corazón
Una exquisita Ana Guijarro inaugura la temporada de conciertos de Eutherpe con una excelente disección de las sonatas de Beethoven y una muestra de su dominio de Chopin
La labor que desde hace cuatro años está llevando a cabo la Asociación Pianística Euterpe, trayendo hasta su auditorio a algunas de las más grandes figuras del pianismo internacional, es algo que no debe dejar indiferentes a cuantos dicen que aman la música, la apoyan y la disfrutan. Cursos, masterclass, conciertos, conferencias, charlas y una cuidada y hermosa revista que editan una vez por año, ponen de relieve que esta Asociación no es cosa de diletantes sino de verdaderos profesionales que aman la música y la quieren servir para que llegue a todos con las mejores garantías de éxito. Para inaugurar la presente temporada, la anterior se había despedido con un maestro de la talla de Paul Badura-Skoda, se trajeron de Madrid a esa exquisita pianista que es Ana Guijarro. Una frágil mujer que engaña ante el teclado. Cuando los numerosos aficionados que abarrotábamos el coqueto pero exiguo auditorio de Eutherpe nos dispusimos a escuchar las dos sonatas de Beethoven que Ana nos tenía preparadas para la primera parte, pensamos, al menos quien esto escribe, que el concierto iba a seguir los cauces de lo trillado, de unas lecturas más o menos convencionales, plagadas de ornamentos, técnica y frialdad, que es lo que habitualmente prolifera por las salas de concierto actualmente y eso que Ana Gujarro venía precedida por una merecida fama ganada a golpe de macillo a lo largo de muchos años. Pero lo que escuchamos el pasado domingo en Euterpe fue de otra dimensión. Excelente disección Ana diseccionó hasta la médula las dos hermosas sonatas beethovenianas con pulsación firme, fraseo corto y expresivo. La número cinco tuvo en el Adagio molto su mejor momento, con un delicado fraseo melancólico e intimista que Ana le otorgó. Pero fue con Los Adioses donde la solista mostró toda clase de recursos que encierra esta partitura apta sólo para virtuosas como ella. El Allegro desenfadado y brillante que desgranó dio paso al Andante expresivo delineado con toda la pureza de un fraseo claro, luminoso, que llega al corazón antes que a los sentidos. El Vivacísimo final fue una suerte de filigrana ahíta de modulaciones que llevaron de una tonalidad a otra de forma vertiginosa. Dominio de Chopin La segunda parte estuvo dedicada a su especialidad, Chopin, un autor con el que la pianista madrileña se siente plenamente identificada, y lo que es más, lo sabe trasmitir. Sin apenas esfuerzo, dando esa sensación de dominio, de conocimiento del material sonoro y tímbrico que le otorgan años de estudio, de trabajo y de genialidad innata, Ana fue dejando caer jirones de sentimiento y los fue colgando en la breve sala. Si ornamento alguno, con un sentido del legato y del tempo maravilloso los 24 más uno preludio de Chopin fueron servidos con el primor y la pulcritud de quien no sólo quiere explicar algo inexplicable y que además desea compartirlo con toda la fuerza de su arte y la sensibilidad de su corazón. Con pedal sobrio y una digitación poderosa para hacer que la melodía colorease bajo la alegra floración de las líneas de cada preludio, Guijarro nos fue abriendo poco a poco esa puerta por la que se colaron los resquicios de su arte y, sobre todo de su inteligencia y sensibilidad, depositando un poco de esa luminosidad que emana de su técnica con emoción, humildad, entrega y sabiduría. ¡Para los restos!