Diario de León

Sabriye y su lucha con niños ciegos del Tíbet

Una joven invidente alemana relata sus tribulaciones como educadora en Lhasa, donde inventó un braille tibetano

La invidente Sabriye Tenberken con un niño ciego en el Tíbet

La invidente Sabriye Tenberken con un niño ciego en el Tíbet

Publicado por
Miguel Lorenci - madrid
León

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En Tíbet se tiene a los ciegos por endemoniados que pagan la culpa del algún pecado remoto en la familia del invidente. Eso hace de los ciegos seres condenados a morir en vida. Una situación contra la que se reveló la invidente alemana Sabriye Tenberken (Bonn, 1970), que ha luchado contra viento y marea para sacar adelante su proyecto: una escuela para invidentes en Lhasa que atiende a una treintena de críos «para los que se abre un segunda vida». No fue ni mucho menos un camino de rosas. Antes al contrario, afrontó un rosario de dificultades que Sabriye relata en el libro Mi camino me lleva a Tíbet, que tras su éxito en Alemania y en otro países publica ahora en España el sello Maeva. Sabriye perdió la vista a los doce años, lo que no le impidió cultivar su vocación de tibetóloga y licenciarse en esta especialidad además de en Filosofía y Sociología. Con 24 años se plantó en el remoto, diminuto y conflictivo país asiático y descubrió el alcance de la tragedia para unos pequeños condenados en vida en pueblos paupérrimos y remotos. Ideó un novedoso método que hacía posible el braille en el idioma tibetano que habla con soltura, como el mongol, y creó su fundación Braille sin Fronteras tras superar una compleja barrera burocrática. Diez años después sigue financiando este proyecto, extendido al sur de la India, con sus libros y su peregrinar por medio mundo acompañada de Paul, hoy su pareja, un cooperante holandés al que conoció sobre el terreno. «Quería ofrecer orgullo y confianza en sí mismos a estos críos olvidados, avergonzados y mortificados, pero darles también una posibilidad de vida», explica. Sólo conoció a un chaval ciego que llevaba una vida normal como pastor de yaks y cabras, mientras que todos los demás «padecían soledad y un cruel aislamiento». «Hablé con Cáritas y Cruz Roja, pero los ciegos no eran su campo de acción. Comprendí que tenía que hacerlo sola». Además Sabriye ha plantado cara a un problema endémico que causa muchas cegueras por la manipulación del estiércol de yak.

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