Diario de León
Serebrier dirigiendo a la Sinfónica de Barcelona en el Auditorio de León

Serebrier dirigiendo a la Sinfónica de Barcelona en el Auditorio de León

Publicado por
Miguel Ángel Nepomuceno - león
León

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Resulta curioso el observar la evolución que el arte de dirigir ha tenido a lo largo de los últimos cincuenta años, pasando de un estilo ampuloso, romántico, con largas frases y exquisitos matices a este otro más ecléctico, vivo, menos marcado y sobre todo más a flor de piel, sin tantas sutilezas a la hora de leer una partitura. Lo primero, y según qué directores, podía hacer las obras un tanto elongadas innecesariamente a favor de la respiración, del color orquestal, y se tenía la garantía de que cuando en el pentagrama se leía por ejemplo pp o ppp eso significaba  piano o pianísimo, no piano y de nuevo lo mismo, algo que actualmente suele ser moneda corriente en muchos directores jóvenes y no tanto, como sucedió en la noche del miércoles en el Auditorio. La Sinfónica de Barcelona, a las órdenes de José Serebrier, un todo terreno que en su día fue un famoso compositor cuyas obras estrenó el mismo Stokolwsky con la Filarmónica de Nueva York, es una formación relativamente joven con una buena sección de cuerda y madera, pero muy desequilibrada en lo que al viento metal se refiere, lo que redundó en una ejecución desigual de las obras que figuraban en programa. Las Tres Sonatas del P. Soler, de Lamotte de Grignon, resultaron bien  ejecutadas con un sentido del tempo y del fraseo muy medido, a la vez que fue un feliz descubrimiento, ya que pocas veces se tiene la oportunidad de escuchar obras de este compositor catalán. Lo mejor de la velada llegó con el Concierto nº2, de Liszt, a cargo del joven solista israelí Amir Kutz, un magnífico intérprete de excelente fraseo y un virtuosismo deslumbrante, que supo trasmitir los diferentes estados anímicos por los que pasa la obra, desde un Adagio sostenuto hasta un Marziale un poco meno allegro, con asombrosa versatilidad, imbricándose perfectamente sobre el tejido orquestal y dialogando con claridad con la madera. Bien la dirección de Serebrier y excelente respuesta del clarinete y oboe en esa exposición nostálgica del Adagio. Hermosísimo el juego de variaciones del piano y el chelo, con unos glissandi de escalofrío y una tensión bien conseguida por Serebrier. El descalabro llegó con la Cuarta Sinfonía, de Tchaikovsky, una obra que requiere además de una soberbia sección de metales una excelente cuerda y una percusión acorde, sino el susto, como ocurrió puede ser enorme. Senrebrier no acertó, tal vez por falta de ensayos, a controlar la formación, permitiendo fuertes cambios de tempo, malas entradas del metal y escandalosas pifias en el viento, así como una percusión fuera de todo control. Las dinámicas se forzaron al máximo tanto en el Andante sostenuto como en el Allegro con fuoco, pasando a convertirse en una suerte de espada de Damocles que planeó sobre toda la sinfonía. Excelentes el chelo, el oboe y el fagot en la canzona del Andantino y soberbia la cuerda en el pizzicato del Scherzo . Serebrier con gestualidad burda y poco matizada dejó escapar una estupenda ocasión de brindarnos una buena versión de esta hermosa sinfonía.

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