OPINIÓN
De profundas convicciones
Alfredo era un tipo enorme que se ha llevado con su muerte la deuda aplazada y nunca resuelta que muchos teníamos con él, muchas gentes, periodistas, docentes, políticos, pensadores, leoneses... Honesto en sus principios a carta cabal, no renegó de posiciones ni se acomodó oportunistamente al baile de ideas y posturas. Le recordaré siempre como un trabajador contumaz, aplicándose a lo que hacía; y mucho hizo. Se pagó la carrera trabajando, se licenció en periodismo y no le fue bastante, buscó otra licenciatura, en Filosofía y Letras, se hizo docente también, investigó el pensamiento, escribió y publicó, y si había que buscar la vida bajo las piedras, regentaba una academia de enseñanza de la misma forma que incursionaba en el mundo del comercio alimentario, siempre ideando y discurriendo salidas, recreando la vida. Y tuvo tiempo y redaños para volcarse en la política y entregarse, no como oficio o prevenda o promoción personal, sino por vocación de foro y debate, servicio puro (y la política le fue ingrata, o sea, los políticos y los nombres que le orillaron de sus sueños y tareas parlamentarias en las cortes regionales). Tras la muerte de Marcos Oteruelo hay un rastro de ingratitud, un algo de pena y melancolía que gentes y vida le anidaron en su alma de profundas convicciones filosóficas y morales, un desconcuelo que impregnaba su último libro de versos donde latía cierta existencialismo abollado y desconcuelo ante estos paisajes que hoy son monocromía y consumismo, pillaje político y renegación de fundamenrtos. Alfredo era hombre de principios bien arraigados, gente de pueblo que no olvidó de dónde venía, pero que tenía muy claro hacia dónde ha de caminar la persona. Dirigió este periódico apostando por la juventud en una España aún aviejada y triste. Y ya nunca podré pagarle yo la culpa que tuvo al brindarme pluma y meterme en este oficio de penas y maravillas que es el escribir. Querido Alfredo, con nosotros quedas. Aquí estás.