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| Crítica | Orquesta Ciudad de León |

Fuegos artificales junto al volcán

El concierto que ofreció el domingo la Odón Alonso a las órdenes de David Hernando adoleció de falta de ensayos, pero brilló con luz propia el pianista José Ramón Méndez

El pianista leonés José Ramón Méndez salvó del naufragio a la Odón Alonso

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m. a. n. | león
León

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La Orquesta Ciudad de León Odón Alonso, a las órdenes del director invitado David Hernando, se presentó el pasado domingo en el Auditorio de León con un concierto que comprendía tres obras de repertorio de las más conocidas tras el cambio producido del Concierto de Grieg por el cinco de Beethoven, con el pianista leonés afincado en Nueva York José Ramón Méndez Menéndez. No fue la tarde del domingo una de las más propicias para orquesta y solista debido al escaso número de ensayos. El público que mantuvo a lo largo de la primera parte un frío distanciamiento hacia los músicos no escatimó muestras efusivas de calor aplaudiendo con energía el buen hacer del ujier del auditorio cuando salió a subir la tapa del piano. Dado como está el panorama, ya no nos extraña que el confusionismo reine entre el respetable, pues desde que se ha puesto de moda en algunas orquestas de provincia la presencia de los concertinos estrella que esperan a que la formación esté sentada para salir con un toque de divismo a recibir el  cotidiano baño de popularidad, el aficionado ya no las tiene todas consigo a la hora de palmotear, pues se vuelven locos para distinguir al ujier del concertino y a éste del director. Pero mientras todo esto se queda en mera anécdota, lo que ya no es de recibo es que ofrezca un concierto mediocre a un público fiel que merece lo mejor y recibe lo más flojo. De todas formas se echó también en falta la batuta de su titular, con la que los músicos se encuentran más familiarizados, y pudimos comprobar de cerca que la extraordinaria labor que a lo largo de estos años ha venido haciendo Dorel Murgu. No es esta la primera vez que sucede que cuando la orquesta está conducida por otro director los resultados son menos satisfactorios. La Obertura de Don Giovanni acusó los primeros síntomas de lo comentado y la cuerda se movió entre lo más o menos correcto y lo forzado. Pequeños desajustes, emborronamiento del discurso y fuertes cambios en las dinámicas perjudicaron el resto. Algo que se hizo más acusado en el Concierto nº5 de Beethoven con José Ramón Méndez como solista. El domingo tuvo que, además de ser solista, dirigir la orquesta desde su asiento ante un director que estuvo todo el tiempo pendiente de sus entradas para que aquello no se le fuese de entre los dedos. Momentos espléndidos como el del adagio y el Rondó pusieron de relieve la facilidad que posee José Ramón para trasmitir con fraseo cristalino un sonido de una gran intensidad emotiva, pese a que de nuevo el piano dejó al descubierto su fragilidad para destemplarse especialmente en las notas agudas, que fue donde más se notó. Al concierto, pues, le faltó brillo y le sobró rigidez.