| Crítica | Arte |
¿El bitter mancha?
Oskar Ranz y De la Varga mostraron el proceso creativo «regando» al público
Si para pecar basta con la intención, tendremos que dar a Oskar Ranz y Carlos de la Varga por realizada su acción Bitter, porque intención y ganas demostraron de sobra. Eran las nueve y siete minutos de la noche del pasado viernes. En la sala de exposiciones de la Escuela de Arte de León se hizo el silencio y reinó la oscuridad. Atrás quedaban quince minutos de intensa paranoia, luces y música estruendosa. Los actores, rotos y remozados de pegajoso bitter y cal, escondieron la miseria de sus cuerpos agotados tras el escenario. El numeroso público asistente (intelectuales, artistas, alumnos de escuela, gente guapa y algún curioso despistado), respiró con alivio al concluir la amenaza del imprevisible y perturbador diluvio colorado. En las maltratadas paredes, que engulleron con tanta glotonería como indiferencia litros y litros de bitter, los restos de muchos metros de cinta de carrocero y unas grandes manchas de humedad incolora. Los Derrocktados, el grupo cañero (oriundo de Bercianos del Real Camino) que puso la banda sonora al evento, comenzaron a recoger los instrumentos con los rostros aún desencajados por el sin par esfuerzo decibélico. Pretendió Oskar Ranz dramatizar el proceso de creación de sus obras cara al público. Procuró sintetizar su lucha a brazo partido con los lienzos, explicar el derroche de emociones que traslada a cada bastidor en forma de color. Pretendió escenificar los sentimientos y sufrimientos del artista durante el parto de sus cuadros. Lo intentó. Y todo el esfuerzo se diluyó en el esperpento. La pareja de actores, que comenzaron fríos, fue entrando poco a poco en situación, hasta que en un momento dado, serían las nueve menos cinco, las emociones les desbordaron y se sumergieron física y mentalmente en la acción. Llegaron entonces a restregar sus cabezas por los muros, a escupir el líquido burbujeante con gestos irreverentes, a lamer lujuriosamente las injuriadas superficies. Entonces, las chaquetas (reliquia histórica perteneciente a los acomodadores del desaparecido Cine Abella) volaron por los aires y, a cuerpo descubierto, los actores continuaron su encarnizada lucha. El uno abría con los dientes las botellas de bitter, el otro lanzaba frenéticamente chorros rojos con un improvisado aspersor. El uno refocilaba las espaldas en la cal húmeda y pegajosa e intentaba convertir en brochas sus pobladas axilas, el otro se dejaba las uñas y la piel de su frente en el yeso. Mientras, la música destrozaba los tímpanos de todos con destemplada insolencia electrónica. Los espectadores, por su parte, esperaban angustiados, y temerosos por la integridad de sus vestidos, los resultados de tan amarga hecatombe. Nueve y quince minutos, la gente se ha marchado, en el suelo los restos desperdigados del combate, latas y botellas vacías, cascos rotos, restos de cinta adhesiva, mucho bíter¿ y en las paredes, ya lo saben, unas grandiosas manchas tan húmedas como intrascendentes. Quizá si hubieran empleado bíter con alcohol¿ ¿Y estas manchas se quitarán?, preguntaba preocupada una alumna del centro mientras intentaba limpiar con un pañuelo los restos de bíter de su flamante cazadora del cuero. Aseguran que el evento fue registrado en vídeo y que su proyección podrá verse, con más calma, en la misma sala de la Escuela de Arte durante los días 8, 9, 10, 11 y 12.