INTERFERENCIAS
Atila, destrozón
LA EMISIÓN de una tacada de la miniserie Atila el huno (La Primera), fue una buena ocasión para reflexionar sobre pedagogía audiovisual. Este ejercicio pasaba de rutinario a fascinante cuando zapeabas a La 2, que doblaba El ala oeste de la Casa Blanca y A dos metros bajo tierra. Sin embargo, esa segunda opción podía alcanzar límites torturantes por una simple cuestión de calidad. En La Primera dominaba el tópico más banal, y en La 2 se imponía el rigor. Así que volvamos al principio. Molesta que los productores asuman como convención que el espectador televisivo es un paria audiovisual y un cateto en materia histórica. Quizá lo sean en Norteamérica, quizá. A este lado del Atlántico, de cultura cimentada sobre siglos de Historia, todavía distinguimos una túnica romana de una armadura medieval, o un arco románico de otro medieval... Podemos imaginar el siglo V con el rigor suficiente para diferenciarlo de la fantasía heroica o los comics de Conan el Bárbaro, por ejemplo. Atila el huno lucía una fotografía opuesta al género histórico, incluía diálogos como «que nazca sano y salvo» o apelativos a Atila de «majestad», por no citar los besuqueos, dignos de una telenovela barata, nunca de personajes sumidos en las turbulencias del siglo V. Habrá quien se haya creído esta trangallada, pero una televisión pública debería rechazar fraudes en prime time, aunque sean entertainment estilo Hollywood.