Diario de León

Una viuda muy triste

El Ballet de Brno mostró un espectáculo poco brillante en «una caja de cerillas»

Una escena de «La viuda alegre» por el Ballet de la Ópera de Brno

Una escena de «La viuda alegre» por el Ballet de la Ópera de Brno

Publicado por
Miguel Ángel Nepomuceno - león
León

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Las adaptaciones al ballet de obras escritas para opereta, ópera o teatro casi nunca resultan adecuadas, porque por el camino se suele perder su verdadero espíritu. O se convierten en plúmbeas imitaciones de los originales o se aligeran de tal manera de su esencia que llegan a ser auténticas caricaturas descafeinadas poco aptas para el consumo. La que el pasado martes puso en escena el Ballet de la Ópera de Brno, La viuda legre, con música de Franz Lehar adaptada por John Lanchbery sobre libreto original de Víctor León y Leo Stein, también adaptados por Zdenek Prokes, se pareció a la opereta original lo que un tango a una zarda húngara. Partiendo de un escenario que cada día se nos queda más pequeño -¡qué visión de futuro de los arquitectos!- para estos menesteres, los bailarines se las vieron y desearon para moverse en el reducido espacio escénico y se amontonaban, tropezaban e interrumpían los unos a los otros con esa profesionalidad imperceptible que dan los años y las circunstancias adversas. De 57 bailarines que constaba el ballet, sólo pudieron estar  a la vez en escena 36, con lo que si quitamos los seis suplentes, vemos que 15 se pasaron en el banquillo toda la función por lo exiguo del escenario. Tanto el vestuario como los decorados magníficos, si bien estos últimos tuvieron que reducirse a lo imprescindible por lo dicho anteriormente. La puesta en escena, correcta, sin alardes modernistas, mientras la música dejaba mucho que desear. Utilizando una grabación de la Orquesta de la Ópera del Teatro de Brno, dirigida por Jan Stych, que parecía realizada por Edison en sus mejores años, el sonido llegaba mono y mortecino. Echándose en falta esa brillantez de la música de Lehar, (¡hay esos arreglos!) que imprime a toda la opereta la alegría de vivir, la fascinación y el encanto de los salones vieneses en una época donde los valores establecidos caían por doquier. Los arreglos resultaron ramplones, poco imaginativos y en exceso funcionales para lo que el coreógrafo quería presentar. En algunos momentos sólo eran sucesión de números bailables al mejor estilo tchaikowskiano pero sin unidad ni nada parecido con el original. Se alteraron también varias escenas de  la opereta para adaptarlas al ballet y todo resultó un tanto embarullado y falto de elegancia musical. Los bailarines, especialmente el barón Zeta, Valencia, su mujer, el Conde Danilo y Ana Glawari, es decir la viuda, y el resto de los comprimarios, correctos, llegando en algunos momentos a rozar la magnificencia de los grandes ballets de antaño, pero cayendo en otras en lo más convencional. Se notaba que no contaban con las primeras figuras del ballet de Brno, uno de los más fiables por la calidad y el rigor de sus bailarines.

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