El compositor de Minnesota agasajó a los presentes con alguna de sus más conocidas melodías
Más de ocho mil personas vibraron con Bob Dylan en el coliseo leonés
La voz desgarrada del legendario músico cautivó a un público sediento de sus viejos temas
Puntual como un reloj. Bob Dylan amaneció en el escenario frente al piano, sobre miles de cabezas y bajo su clásico sombrero, repartiendo notas. Los focos iluminaron su tez pálida y su delgada figura y acto seguido pulsó los acordes del teclado. Ni un saludo. Fiel a su estilo huraño y controvertido. Los agradecimientos corrieron a cargo de Eva Amaral que en una actuación previa teloneó durante algo menos de media hora al gran icono de la generación del 68. La vocalista, junto con Juan Aguirre, interpretó cinco temas para abrir boca a los allí convocados. Para regodeo de los presentes el comportamiento no se transmitió a sus melodías y aquellos que se dieron cita en el León Arena pudieron disfrutar de una velada legendaria. Más de ocho mil personas, gracias al evento musical de anoche, podrán decir aquello de «yo estuve en un concierto de Bob Dylan». En los prolegómenos ya se vaticinaba el cariz del acontecimiento. Colas y más colas, largas filas de individuos sedientos de la mejor música. Melodías desgarradas por una voz seca, notas de guitarra estremecedoras en un alarde de clase y estilo, compás a ritmo de rock y blues. Su voz anoche se veía rasgada y como siempre, que ya es norma, no hubo concesiones para un público entregado a su destreza con las letras. Larry Campbell a la guitarra y mandolina, Tony Garnier al bajo, George Recile a la batería y Stu Kimball a las guitarras aliñaron una amalgama de ritmos ya de por sí exquisitos al paladar, pese a las trabas de la acústica del recinto. La armónica ya no suena como antes, cierto, pero cada vez que sonaba uno de los clásicos de Dylan la multitud que idolatraba con su mirada al astro musical asentía anonadada. Sin embargo la nota más excéntrica del artista no tuvo lugar sobre el escenario sino bajo petición expresa de su majestad musical. Trasladando su donaire irreverente a su apetito para con la prensa, se desmarcó con la petición expresa de la ausencia de cámaras en el recinto (que haberlas las hubo), dificultando la labor de los periodistas allí congregados. Este capricho de superclase ha sido tónica habitual en todos sus conciertos en su gira por España. Muchos achacan esa falta de tacto con la prensa a su frustrado deseo de equipararse a Elvis, mientras que el resto le concede el mérito de su adversión periodística al refrito de falsos y verdaderos rumores que vertió la prensa americana sobre su persona. Con todo y con eso la madrugada leonesa vibró con la figura y acordes de un genio. Posiblemente uno de los grandes de la historia de la música. Su fama le precede y sus melodías nos acompañan... Desde ayer en directo.