Cerrar

El rey del Noroeste español

Alfonso IV abandonó el trono tras la muerte de su esposa y, aunque pretendió recuperarlo después, le fue imposible, ya que su hermano Ramiro comenzó a gobernar en el reino leonés

El rey Alfonso IV, El Monje, debe su sobrenombre a su estancia en el monasterio de Sahagún

Publicado por
C. Santos de la Mota - león
León

Creado:

Actualizado:

Rey de León, 925-931. Hijo de Ordoño II y de Elvira. Casó con una hija de Sancho I Garcés de Navarra llamada Oneca u Onneca. A la muerte de su tío Fruela II conspiró con sus hermanos Sancho y Ramiro para que no se llevara a cabo la sucesión al trono en la figura de su primo Alfonso Froilaz, hijo del anterior rey, lo que no pudieron conseguir de forma inmediata, de manera que la entronización de Alfonso Froilaz se llevó a cabo y éste reinó durante unos meses. El rechazo de los hijos de Ordoño II a que Alfonso Froilaz ocupara el trono, concluyó en una conjura para derrotarlo en la que formaban parte, principalmente, el cada vez más poderoso rey de Navarra, Sancho I Garcés, suegro de uno de los aspirantes al trono, la complicidad de la impopularidad arrastrada, la contribución y complacencia de nobles y magnates gallegos, que apoyaban a Sancho por su casamiento con una gallega, Goto Núñez, y alguna participación portuguesa, escasa, también por las influencias matrimoniales al estar casado Ramiro con Adosinda, de familia gallega aunque muy bien asentada en Portugal, además de las ganas siempre presentes de los castellanos. Unos meses después de iniciadas las disputas e impotente Alfonso Froilaz ante tamaña desproporción, fue desposeído de su trono por unos elementos tan convincentes como la fuerza militar, la complicidad servil y la impopularidad desagradecida. Y hubo de refugiarse en las montañas. Supo esperar recluido por las laderas de los montes, con un puñado de fieles que aún creían en él y en sus posibilidades de retornar al centro del poder. Cuando Alfonso IV abdicó y su sucesor estaba lejos del reino, creyó que le había llegado de nuevo la hora del reencuentro con su cetro y su corona, y a eso se encaminó, pero el rey legítimo, Ramiro II, impetuoso, batallador y de un carácter enérgico, inflexible y recto, sólo le permitió lo que no estaba en su mano, el regreso de aquél. A continuación le apresó y mandó le sacaran los ojos, impidiéndole así nuevas veleidades o intentos parecidos que condujeran al sillón real. Libre ya el trono de León, los hijos de Ordoño II, Sancho, Alfonso y Ramiro se repartieron el reino, quedando la capital y sus dominios naturales y otros nuevos para el segundogénito, que curiosamente era yerno del rey de Navarra, Sancho I Garcés, contraponiendo la lógica de una sucesión habitual, pero que sin su apoyo es más que probable que ninguno de los tres hubiera tenido la proyección histórica que alcanzarían. A Sancho, primogénito de Ordoño II, le adjudicaron Galicia, desde la costa cantábrica hasta el río Miño, adonde acudió «gustoso», y allí gobernó como rey. Al menor de los hermanos, Ramiro, le fueron atribuidas las tierras comprendidas entre el río Miño y la hoy ciudad portuguesa de Coimbra, tierras que también gobernó con el título de rey. Esto es, tras la llegada de Alfonso IV al poder y la repartición del reino entre los tres, todos ellos iniciaron sus andaduras sin más complicaciones y manteniendo entre sí buenas relaciones. Alfonso IV, el principal, sobre el que recaía la mayor autoridad pues reinaba sobre el núcleo hegemónico y la verdadera capital del reino, visitó a su hermano mayor Sancho en su corte de Galicia, llevado acaso, no sólo por el afecto fraterno, sino por la devoción a Santiago, y cuando en el verano de 929 muere Sancho, Galicia aceptó sin dificultad el dominio de Alfonso IV, de quien se conserva diploma fechado el 16 de agosto de ese mismo año, por el cual dispone de varios commissa gallegos en favor de su tío Guttier Menéndez, padre de san Rosendo. Así, pues, la muerte de Sancho, acontecida tan sólo cuatro años después, quizá algo menos, de su entronización creó una circunstancia nueva e inesperada que hizo que la tierra por él gobernada pasase de nuevo a formar parte del reino de León en la figura de Alfonso IV, quien era la cabeza visible y de todas maneras quien ostentaba verdaderamente el poder político y militar, consecuencia de la que extraemos que el reino volvió a homogeneizarse y a tomar dimensiones amplísimas, aunque, no obstante dicho todo lo anterior, bien es cierto que tanto Ramiro como también Sancho antes de morir, siempre reconocieron la tutela de Alfonso. Y pese a que administrativamente pudieran regirse con una cierta independencia, lo cierto es que tanto política como militarmente estaban adscritos al centro absoluto del poder que estaba en León, y León era la capital dominante y dimanante de todas cuantas decisiones importantes se tomaban en el reino. Alfonso IV gobernaba, pues, sobre las tierras de Galicia, de León, de Castilla y en cierta manera sobre las de Portugal donde estaba su hermano Ramiro -Asturias continuaba obedeciendo, en parte, a Alfonso Froilaz-, cuando tan sólo un año después de la muerte de su hermano Sancho en Galicia, otra tragedia similar aunque mucho más próxima llamó con su terrible frialdad a la mismísima puerta del monarca, al morir su esposa Oneca (930). Algunos autores la sitúan en 931, pero esta es sin duda la fecha en la que se pone difinición a quién deja de ser rey y quién alcanza esa dignidad. Pues Alfonso IV, tras su retirada monacal quiso retornar al control del reino, cosa que está cotejada con documentos, pero no es menos cierto que Ramiro desde poco después de la muerte de su cuñada Oneca (930) ya empezó a gobernar el reino, y así lo atestiguan tanto cartas leonesas como cartas castellanas que están calendadas con su nombre. Así, pues, la muerte de Oneca debió de acontecer en la primavera de ese año, pues todavía el 15 de mayo de 930 Alfonso IV y su mujer hacen una donación al obispo Cixila y al monasterio leonés de San Cosme de Abellar. Ésta podría ser, quizá, la última vez que se le ve al lado de su mujer.

Cargando contenidos...