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El ataque, la mejor defensa

Durante estos años ciñe la corona el prudente rey Ordoño III, quien hubo de hacer frente a las pretensiones castellano-navarras de hacerse con León: a todos supo plantar cara

«...se acercaron a León para echar del reino a Ordoño...»

Publicado por
C. Santos de la Mota - león
León

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Ordoño III , Rey de León, 951-956. Hijo de Ramiro II y de su primera esposa, Adosinda. Casó siendo aún un infante con Urraca de Castilla, hija de Fernán González. Su medio hermano Sancho, hijo también de Ramiro II pero con su segunda esposa, Urraca de Navarra, nieto de la enérgica reina Toda Aznar o Tota de Navarra, no aparece ni una sola vez en los diplomas de su hermano, indicio de que el hermanastro del rey pudo adoptar desde el primer momento una actitud hostil. En cambio, el conde castellano Fernán González figura en todas las solemnidades de la corte durante los años 951 y 952, seguramente ayudado por la influencia que ejercía sobre el rey la esposa de éste, que era hija del conde. Y tanta pudo ser la figuración y la influencia del conde Fernán González que Ordoño III acabó disgustándose con su suegro e incluso separándose de su esposa Urraca. Naturalmente esta circunstancia fue aprovechada por el aspirante al trono, Sancho, quien intentaría destronarlo con el apoyo de su tío García I Sánchez de Navarra y el mismísimo conde castellano Fernán González, que luchaba, no lo olvidemos, a favor los intereses de su propia hija, casada con el rey leonés y ahora apartada, o quizá a favor de los suyos si entendemos que podría haber algún nexo de unión entre las conveniencias de Urraca, esposa del rey y mujer bien situada para el manejo de cualquier intriga; Fernán González, levantisco castellano y hábil manipulador; y el hijo de éste, García I Fernández, el de las Manos Blancas, para quien estaba reservado el condado de Castilla. Y puede que hasta existiera una relación de intereses de todos unidos contra uno (navarros y castellanos contra leoneses), pues el reino leonés prácticamente desde sus inicios, pero especialmente desde la secesión castellana (951) con Fernán González a la cabeza, había sido una fruta muy apetecible para todos. El hecho de que la enérgica reina Toda de Navarra tuviera un nieto pretendiente a la corona de León, Sancho, más las sempiternas manías acaparadoras de Castilla en tratar de hacer de León un corrido de Castilla, junto con la cuña castellana en forma de hija de Fernán González casada con el rey de León, y una prudencia y debilidad psicológica suicidas en la persona del monarca leonés, parecían hacer coincidir el deseo de la ocupación con la realidad de una conjura planteada a varias bandas. Llama poderosamente la atención, que mientras las huestes almorávides se hacían fuertes y penetraban a través de peligrosas cuñas de territorio por el occidente del reino, hoy Portugal y Galicia, los reinos cristianos lucharan entre sí, unos atacando, Navarra y Castilla (Castilla como condado), y el otro defendiéndose para no ser comido, León. No obstante puede haber otra razón para esa conjura bélica, y es que en ese espacio de tiempo entre 952 y 954, Ordoño III parece que tuvo una relación sentimental asentada con otra mujer de una familia gallega muy poderosa, que podría haber sido una hija del conde Pelayo González, con quien Ordoño intentó matrimonio y de quien tuvo un hijo que más tarde sería rey de León, el futuro Vermudo II. Y esto debió de suceder en ese período de tiempo en el que Urraca estuvo ausente de la corte, es decir, entre el 5 de diciembre de 952 y el 8 de junio de 954. Cuando las huestes de García I Sánchez de Navarra, juntamente con las de Fernán González se acercaban a la ciudad de León, Ordoño III les salió al paso y logró derrotarlos (953). En la retirada, el pretendiente a la corona, Sancho, tuvo que refugiarse en Navarra, bajo la protección de su abuela Toda, esperando mejores momentos que no tardarían en venir, como veremos más adelante. Su tío, García I Sánchez de Navarra se retiró a sus dominios y Fernán González hubo de someterse a León y de servirle en lo sucesivo ( volens nolens ). El cetro del reino El cronista Sampiro nos lo cuenta así: «El hermano del rey, de nombre Sancho, tomado consejo de acuerdo con su abuelo García, rey de Pamplona, y con Fernán González, conde de los burgaleses, cada uno con su ejército se acercaron a León para arrojar del reino a Ordoño. Pero éste estuvo bastante activo para defender las ciudades y vindicar el cetro del reino, teniendo que volver los agresores a sus propias tierras y el subsodicho conde Fernando, queriendo o no queriendo, se acercó a su servicio.» Sampiro, no obstante, puede silenciar aquí una parte fundamental que pudiera haber sido determinante para la conjura bélica contra Ordoño III, y es que quizá por no herir a Vermudo II, en cuya corte escribió, nada dice acerca de la ascendencia de éste, que era hijo de Ordoño III, sí, pero no tenido con ninguna de sus esposas. Tras estos acontecimientos de más que sospechosas conjuras y ambiciones de poder o de sustitución de rey, de grandes revueltas exteriores e interiores donde la paz se hacía más necesaria que nunca pero era también más escasa de lo que nunca se había visto (atrás quedaban los tiempos enérgicos y serios de Ramiro II), parece que Ordoño III y su popular prudencia dieron paso a otra forma de pensar más racional y acorde con los tiempos y los vecinos. Era más que probable que su mujer, Urraca de Castilla, había ayudado a su padre Fernán González, y que éste se apoyaba en el poderoso contingente militar de García I Sánchez de Navarra para satisfacer sus ambiciones de conseguir la independencia plena y/o quizá dejar a su heredero García Fernández algo más que un condado. Sin embargo detrás de todo esto quedaba la reina Toda, una mujer imponente, dura, inflexible para quien el trono de León ya tenía adjudicado el heredero: su nieto Sancho. Todas estas revueltas y zancadillas desembocaron en un distanciamiento, como no podía ser de otra forma, del matrimonio real leonés. Nosotros no hemos llegado a saber cuál fue el paradero de Urraca de Castilla inmediatamente después a las desavenencias conyugales, si quedó en León o si marchó a Castilla, pero sí está probado que hubo una separación que, como parece lógico, no podía ser de otra manera al reconstruirse este puzle de intriga a gran escala. No obstante también parece probado, según todas las fuentes consultadas, que en los últimos años de su reinado, Ordoño III se reconcilió con Urraca. Pero cada uno en su sitio. Nobleza obligaba. A lo que no obligaba la nobleza era a la torpeza. Sobre la actitud y el comportamiento de Castilla y los castellanos, extraemos y transcribimos del historiador Ferran Soldevila lo siguiente: «La misma contemplación sempiterna de la llanura monótona, puede haber acostumbrado la raza al uniformismo, haberle dado un pliegue refractario a la idea de variedad, arisco a las ideologías que no sean las propias. De esto a la altivez y a la arrogancia que los otros pueblos han hallado siempre en los castellanos, a la convicción de la propia superioridad, tan útil para el mando, pero tan peligrosa para la convivencia, no hay más que un paso». El origen de un carácter Nosotros hemos de decir, sin embargo, que respetando el punto de vista del historiador Soldevila, sólo podemos estar en parte de acuerdo con él. Sí lo estamos respecto a ese carácter arisco y árido que nos parece típico frente a ideologías y pareceres ajenos, también lo estamos respecto al orgullo altivo y escasamente tolerante con las expresiones y manifestaciones lógicas de los otros que puedan ser diferentes, y, también, naturalmente, en que esa dureza, altivez y ego es efectistamente bueno para el mando y la imposición, y escasamente provechoso para la convivencia. «De gran ufana e orgullosos», dirá también Jaime I el Conquistador refiriéndose, naturalmente, a Castilla y sus súbditos, al cual el orgullo castellano hizo eixir de mesura . («Salir de mesura».) No obstante mostramos nuestro desacuerdo en esa relación que parece entreverse entre «llanura monótona» y la cerrazón orgullosa de «altivez y arrogancia» emanada de la contemplación sempiterna de esa llanura, ya que a nuestro parecer ni el origen ni la vastísima extensión que con posterioridad adoptó y abrazó con franqueza y querencia la idea y causa de Castilla y su futuro, y a la que hoy como antes siguen adheridos en pie firme de fidelidad, no es precisamente ni «llana» ni «monótona». Ni el origen de Castilla ni, por lo tanto, las ideas intrínsecamente castellanas nacen en llano. Castilla, su núcleo original e incluso una vasta extensión de su posterior expansión, es básicamente montañosa, por lo tanto de horizonte cercano, lo que puede ayudar a explicarnos la limitación de miras, el recogimiento en uno mismo y, por ende, el orgullo y la mirada hacia el propio ombligo.

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