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| Entrevista | Alberto García-Álix |

«El fotógrafo es un depredador reflexivo de la realidad»

El artista leonés dirige durante estos días un taller de fotografía en la Universidad de Verano de El Escorial y además ha instalado su residencia en la capital francesa

Publicado por
Miguel Lorenci - madrid | colpisa

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Los viejos moteros nunca se detienen. Alberto García-Alix, fotero además de motero, ha viajado desde París a El Escorial en su Harley Davidson y armado con su Hasselblad para poner a disposición de quince alumnos en un taller universitario su talento y sus saberes. El fotógrafo leonés (1956) quiere que sus discípulos ocasionales «piensen» al mirar por el visor de sus cámaras. Es el objetivo de este autodidacta y «anarquista disperso», premio Nacional de Fotografía en 1999, que pasó de publicar sus propios fanzines en los ochenta a ver sus fotos en las páginas de Vogue o Vanity Fair . -¿Qué se propone enseñar? -Quiero hacer pensar. Mirar por el visor de una cámara obliga a tomar decisiones. Para tomarlas hay que meditar sobre qué estás viendo a través de la cámara, qué estás haciendo y qué quieres decir. También tienes que cuestionarte la parte técnica. El fotógrafo toma muchísimas decisiones y muy rápidamente. El ángulo, la posición de la cámara. Todo influye, la velocidad y el diafragma... es una rueda de decisiones vertiginosa y cada decisión implica un resultado. Quiero que piensen en todo eso. -¿Se considera un autodidacta? -Sí. -¿Y qué hace un autodidacta y un anarquista disperso enseñando? -Trasmitir lo que aprendí por mis propios medios. Nada más. Más que enseñar técnica, quiero obligarles a pensar, a comprender. Todos estos chicos han visto y hecho muchas fotos. Queremos ir un poco más lejos. Dar clase obliga a elaborar un discurso. Un cosa es la intuición con la que haces la foto y otra es elaborar un discurso y explicarte. Hemos empleado el aula dos días y el resto de la semana estaremos en la calle. Lo de anarquista disperso es una definición. La realidad es que mi manera de estar en el mundo es un delirio válido para mí. -¿De veras entra en trance con la cámara? -Sí. El momento del trance es cuando tomas la cámara en las manos. Al principio, cuando no tenía ni idea, no era consciente. Ahora se que la cámara y que ese trance me han librado de la cárcel o de una oficina. -¿Cree en el fotógrafo pensador antes que en el fotógrafo cazador? -El fotógrafo es depredador en el sentido de que atrapa y caza la imagen. Pero lo hace a través de la reflexión. Está obligado a preguntarse qué quiere, qué ve y qué quiere ver. -¿Se fotografía con el cerebro o con el ojo? -La fotografía es un acto voluntario que implica intencionalidad. Has de saber qué quieres hacer y para qué. Esa intencionalidad es decisiva para el fotógrafo, que trata de ver siempre algo de una determinada manera. Es primordial y es ahí donde entra el cerebro. Pero el instrumento es el ojo, que se educa. Es el primer filtro: da intencionalidad a la mirada. -¿Qué hace en París y por qué se ha instalado allí? -Sabe Dios por qué he dado con mis huesos en París. He tenido problemas hepáticos y necesitaba un tratamiento con Interferón. Sabía que iba a sufrir si quería vivir sin beber. Era una decisión que me costaría un año brutal y, como todo el mundo, soy cobarde. Pensé en efectos secundarios, en problemas... Practico siempre la política del avestruz y escondo la cabeza bajo tierra, pero en esta ocasión cambié el sistema. Me fui a París tres meses para ver cómo lo afrontaba. Al tiempo sufrí una gran decepción por temas personales y decidí quedarme. Allí sigo, sin demasiadas ganas de volver, confortablemente instalado. Cuando no me sienta cómodo me largaré. Tengo amigos y trabajo que me van muy bien. Preparo un vídeo y una exposición. Me falta aprender un poquito de francés. -¿Sigue y seguirá fiel al blanco y negro? -Sí pero no estoy cerrado a nada. Me llevo bien con la técnicas digitales. Es un nuevo juguete y es fantástico. En el fondo, el soporte da igual. Es lo de menos. Lo importante es la voluntariedad y la intencionalidad. Luego vale cualquier herramienta, química o digital. -¿Es siempre cómplice de sus retratados? -Desde luego. Sin esa complicidad, sin esa unión no hay retrato. Es un acto cómplice y voluntario por parte del otro. Tanto yo como él debemos establecer una corriente en un instante que nos pertenece a ambos. En ese instante muy a menudo me siento en trance. La cámara cada vez me pesa más. Trato de huir de la repetición y me pregunto constantemente qué quiero hacer. Podría hacer fotos digamos bonitas y repetirla una y otra vez. Pero no se trata de eso. Hay que evolucionar. Hacer fotos es como tirar de una goma. Tenso hasta el límite. Si tenso demasiado se rompe y hay que volver a empezar. -¿El retrato es su género favorito? -No especialmente, porque no creo en el retrato. Hago un retrato cada vez que tomo la cámara y miro algo, sea lo que sea. Todo lo que miro lo enfrento como un retrato. -¿Qué balance hace de una carrera en la que ha pasado de los fanzines al «Vogue»? -Me da un poco igual. He pasado de no saber a aprender algo. A conocer un poquito más. Eso es lo realmente importante.

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