Diario de León

La curación de Sancho «el Craso»

La enérgica reina Toda de Navarra lleva a su nieto, el rey de León, a Medina Azahara para que se cure de su obesidad; la ciencia médica de al-Ándalus obraría el milagro

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C. Santos de la Mota - león
León

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Sancho I el Craso (segunda etapa) Rey de León, 960-966. Hijo de Ramiro II y de Urraca de Navarra. Casó con Teresa Ansúrez o de Monzón. Nieto de la reina Toda Aznar de Navarra y medio hermano de Ordoño III. Reconquistó el trono de León gracias a la ayuda navarra y musulmana, pero sobre todo al empeño de su abuela Toda, quien pensó mejor que nadie en cómo hacer girar la mala popularidad que le acompañó en su primera etapa, en parte debido a su enorme obesidad, y desde esa estrategia recuperarle, ya sobre bases mejor predispuestas, para la silla del trono real. Mientras reinaba en León su antecesor Ordoño IV, su abuela pensó ante todo en cómo curarle de la obesidad que casi le imposibilitaba, no ya para el ejercicio de las actividades del reino, sino para cualquier función habitual y normal, y la solución se hallaba, naturalmente, en Córdoba, en aquellos tiempos farol del mundo por su amplio desarrollo tanto en las ciencias, en las letras, como en las artes y en otros muchos saberes absolutamente desconocidos incluso para el mundo conocido. Pensando acertadamente que lo mejor para construir una casa es empezarla por los cimientos, se propuso mejorar el aspecto físico de su nieto Sancho. Aspecto y presencia Naturalmente aquella época poco tiene que ver con ésta, donde la estética y la esclavitud van de la mano, y para cualquier actividad profesional o humana tiene tanta importancia, que parece ser más prescindible, asumible, aceptable y perdonable tener escasez de aptitudes, que enseñar una imagen que pueda distorsionar los baremos prototípicos de lo que la mayor parte social entiende como canon de belleza, más o menos. Pero sin embargo el aspecto es el aspecto y ya que hay tantas cosas que entran en primer lugar por la vista, la fachada exterior de la persona que tanta importancia tiene ahora, no dudamos de que también entonces podría ser un elemento determinante a la hora de valorar las primeras sensaciones. El precedente de su reinado anterior (956-958) ya había sido lección suficiente para que este problema que afectaba exclusivamente a su aspecto exterior fuera felizmente solucionado. No obstante, su gordura fue motivo de risas y mofas entre una sociedad que necesitaba de muy pocas razones para incrementar sus antipatías por Sancho. En cuanto a otras aptitudes en las que pudiera ser deficitario, algo habría aprendido, o por lo menos entrarle en la conciencia la necesidad de, hasta allí donde no llegara, ayudarse de los que supieran. Pensando más o menos así, la reina Toda de Navarra envió mensajeros a Córdoba a fin de solicitar al califa de aquellos pagos, que parece ser era primo hermano suyo, un sabio que devolviese «la primitiva astucia de su ligereza» a Sancho, y al propio tiempo la ayuda militar para recuperar el trono usurpado. Esto debió de halagar sobremanera al califa, ya que de esta forma se convertía en árbitro de las disputas entre cristianos. Además no era fácil que la siempre orgullosa reina Toda se aviniera a pedir nada, lo que pudo desconcertar, además de ilusionar al califa cordobés. Árbitro de las Españas Éste aceptó, no obstante, intentar solucionar o comprometerse a que solucionaran el desajuste orgánico del pretendiente a la corona de León. De modo que por medio de su embajador, el famoso médico y políglota judío Hasday ibn Saprut, la navarra Toda, su hijo García Sánchez I y el leonés Sancho viajaron hasta Córdoba. El califa los recibió en una audiencia solemne, lo que da idea de la importancia que había concedido éste a la presente reunión que le otorgaba una ligera ventaja como privilegiado espectador de las discordias cristianas, además, como ya dijimos, de saborear el placer de que la reina Toda en persona se presentara ante él, conociéndose bien y, más aún, conociendo el orgullo de la navarra. Las hierbas del hebreo La audiencia tuvo lugar en Medina Azahara y tras las conversaciones protocolarias y de rigor, además del asunto que a unos y a otros había reunido, el califa encomendó a Sancho al médico judío. Y Sancho «curó de la excesiva gordura gracias a las hierbas del hebreo». Esto es lo que se dice y ello obliga a pensar que Sancho cuando salió de Córdoba o poco más tarde ya habría recuperado «la primitiva astucia de su ligereza». Ya estaban puestos los cimientos. Y tras una nueva imagen, pero sobre todo tras la razón poderosa del lenguaje de las armas, que Toda también le había pedido, compensado todo ello con la promesa de diez plazas del Duero y parece ser también que un estatus de vasallaje, se puso en marcha el retorno de Sancho I el Craso al trono de León. León ciudad, sin embargo, cerró sus puertas al pretendiente, mientras Fernán González dio señales de vida, pero luego Ordoño IV, como ya vimos, vio el final y huyó, primero a Asturias y después al espejismo de la salvación, ¡Castilla!, que resultó ser un pozo profundo y negro. Luego vino el apresamiento de Fernán González, la petición musulmana para que se le entregara y la liberación de éste, pero a Castilla, desde donde expulsó a Ordoño IV dejando que vagara poco menos que errante y abandonado a su suerte. Los castellanos de a pie y muchos notarios, seguían reconociendo como rey a Ordoño IV (lo de los castellanos tiene una lógica explicación, al ser impuesto por Fernán González, máximo exponente de Castilla en León, el catalizador por excelencia de las inquietudes castellanas y, naturalmente, el de posición mejor situada para tantas intrigas en la corte), de modo que en Castilla no son pocos los que aluden a Ordoño IV como rey, al menos hasta los primeros meses del año 961, lo cual podría dar a entender que hasta la primavera de este año no se consolidó plenamente en el poder en su segunda etapa el rey Sancho I el Craso. Pero el reencuentro de Sancho con el cetro tenía un precio como muy bien sabía él, y si no allí estaba el califa cordobés para recordárselo. Sin embargo siempre surgía algún subterfugio y alargaba la cuestión, hasta que hete aquí que el 16 de octubre de 961 muere Abd al-Rahmán III y Sancho I se cree dispensado de cumplir sus compromisos. No le sería tan fácil. A Abd al-Rahmán III le sucedió su hijo Al-Hakam, quien naturalmente estaba al tanto de las cuestiones y reiteró las viejas exigencias del padre, a las que Sancho I, más afirmado en el trono, más arropado con Navarra y más seguro de sí mismo respondió con una negativa¿, que pronto tomó el camino del raciocinio y se acordó y entendió cuáles fueron las «razones» que le llevaron hasta donde estaba, las mismas que podían devolverle al estado anterior. De modo que Sancho I el Craso parece que tuvo miedo, se arrepintió y confirmó su amistad¿ y el resto. Hacia Medina Azahara mandó una embajada cristiana en la que figuraban varios prelados de Zamora y de Galicia, donde reiteraron a Al-Hakam el homenaje del rey de León. Otro tanto de lo mismo (las formas siempre son las formas) hizo el califa musulmán, ya que envió hasta Sancho I una delegación que estaba presidida por el cadí de Valencia, Abd al-Rahmán ibn Djahhaf, y el de Guadalajara, Aiyub ibn al-Hussain. Falta de cumplimiento Empero, lo pactado por Sancho y Toda con los musulmanes no fue cumplido por aquél, que ya claramente hizo caso omiso de aquella contraprestación, y parecida indisciplina asumieron los navarros al no entregar a Fernán González, lo que evidentemente levantó la ira del califa y provocó enfrentamientos y disputas militares. Pero para entonces Sancho I el Craso ya había entrado en una gran alianza con todos los soberanos peninsulares cristianos que tenía por objeto defenderse de las exigencias cordobesas. En esa alianza tomaron parte León, Pamplona, el conde de Castilla que, por cierto, ya se había olvidado, no sólo de su títere Ordoño IV, sino hasta de su propia memoria, y los condes de Barcelona: Borrell y Mirón. «Esta es la primera vez que Cataluña obra de acuerdo con los demás caudillos cristianos», nos dice Menéndez Pidal. Las expediciones musulmanas se dirigieron, sin embargo, en contra de lo que parecía pensarse más lógico, hacia aquel núcleo que el califa Al-Hakam consideraba más poderoso, y así algunas veces fue contra la frontera castellana, donde parece que tomaron San Esteban de Gormaz (963), percance que obligó al conde Fernán González a pedir la paz, y otras contra la frontera navarra, siendo el rey García derrotado (en 967) por el Todjibí de Zaragoza.

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