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Sancho, envenenado en Portugal

El Rey Gordo recompone su poder en León y reina libremente; lo que no podía sospechar eran las maquinaciones de los condes gallego-lusos y el atentado que éstos preparaban

Cuando heredó el trono, Ramiro III no tenía más que cinco años

Publicado por
C. Santos de la Mota - león
León

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Durante los últimos años de Sancho I el craso, León anduvo muy libre, inmerso en problemas como veremos un poco más adelante, pero bastante libre de la obsesión castellana que ahora mantenía una ligazón fuerte con Navarra, ya que Fernán González, viudo de su primera esposa y habiendo sido liberado, había casado con una infanta de Navarra, hija del rey García, llamada Urraca, y su hija, también llamada Urraca, viuda de Ordoño III, y Ordoño IV de León, había contraído un tercer mantrimonio con Sancho Abarca, el heredero de la corona de Pamplona. Los vínculos de Castilla con León, pues, se habían suavizado, aunque ello también significaba un abandono del poder por parte de León que permitía a Castilla obrar con plena libertad de movimientos, pactar y guerrear por su cuenta, «y puede decirse que es ahora cuando consigue (Fernán González) para los castellanos la realización de su sueño secular de independencia, si bien las relaciones de vasallaje por las cuales se reconocía a León, por lo menos oficialmente, una soberanía más alta, no se rompieron nunca», en Historia de España , de Menéndez Pidal. Pero Sancho I nunca tuvo las cosas fáciles dentro de su reino y menos en la parte occidental de éste, donde los condes nunca habían visto con buenos ojos la imposición de ese rey por fuerzas inicialmente musulmanas y añadidamente navarras, además de tampoco estar bien visto por la política portuguesa. Ciertamente la aristocracia gallega vivía muy alejada de la corte y el único conde que parecía apoyarle en aquellas lejanías era Rodrigo Velázquez, afincado en el noroeste de Galicia, quien ya subscribía las cartas del rey Sancho en 960 y que, apoyado sin duda por el poder real, logró la mitra compostelana para su hijo Pelayo. De todas maneras, la irritación de la mayor parte de la nobleza gallega provocó que se desencadenara un levantamiento importante, según nos cuenta el documento de Odoino, lo que motivó que Sancho emprendiera una expedición por tierras gallegas y portuguesas. Esto debió de acontecer probablemente en el verano de 966. Y tras pacificar Galicia se propuso hacer otro tanto de lo mismo más al sur, lo que sin duda consiguió a tenor de lo que nos cuenta Sampiro: «la domeñó hasta el Duero», y a mediados de noviembre, el día 16 exactamente, Sancho I está en el monasterio de Lorbán, donde parece que quiso dejar un recuerdo confirmando sus posesiones. (Hemos intentado situarnos detrás del rastro de este monasterio, más que nada por las circunstancias especiales que allí acontecieron, y confesamos que teníamos la sensación de que podría estar situado en lo que hoy es Portugal, sin embargo lecturas recientes nos han insinuado vagamente que podría haber estado dentro de lo que hoy es entidad territorial española, aunque localizado dentro de una franja demasiado extensa, entre los ríos Miño y Duero, relativamente próximo a la frontera portuguesa de hoy y cuya fundación podría datar del año 804 por monjes benedictinos. Ni más sabemos, ni más podemos decir.) Entre sus acompañantes figuran Gonzalo Vermúdez, el Armiger , quien parece que está a la cabeza de todos, un conde gallego o portugués, o gallegoportugués al mismo tiempo con el nombre de Gundisalvus Munneonis, quizá Gonzalo Núñez, y Gonzalo Menéndez. Pero uno de los nobles, seguramente el conde Gonzalo Núñez es el Gundisalvus que según Sampiro «discurriendo astutamente contra el rey», nos dice el cronista, le dio a comer una manzana envenenada. Puede que Sancho se diera cuenta del «regalo» letal ofrecido por uno de sus súbditos nobles, pero si acaso algo pensó fue demasiado tarde. Intentó regresar a León, quizá para tener mejor asistencia o sentirse rodeado de gente más fiel, pero nunca llegó vivo a la capital. Murió en el camino tras aquella reunión en Lorbán, al tercer día de viaje y en aquel mes de noviembre, suponemos que entre espasmos, vómitos y convulsiones, retorciéndose, hecho una piltrafa, y asustados y desorientados el resto de la comitiva. El trono recayó en un hijo suyo, un niño que entonces tenía cinco años, llamado Ramiro, futuro Ramiro III, que reinaría bajo la regencia de la hermana del rey difunto, su tía Elvira, y de la reina madre, Teresa Ansúrez, aunque ésta pronto se retiraría a un convento. 1397124194 Ramiro III Rey de León, 966-984. Hijo de Sancho I el Craso y de Teresa Ansúrez de Monzón. Casó con una mujer llamada Sancha que pertenecía a una de esas poderosas familias asentadas entre los ríos Cea y Pisuerga, y que no era otra que la familia de los condes de Saldaña. Sancha también aparece en algunas crónicas con el nombre de Urraca. Cuando accedió al trono tras la muerte de su padre por envenenamiento, no era más que un niño de cinco años. El 19 de diciembre de 966, es decir, poco más o menos un mes más tarde de la muerte de su padre ya existe documentación de una carta en la que se dice que reina en León el rey Ramiro. Elvira, princesa de León, hija de Ramiro II y de Urraca de Navarra, hermana de Sancho I el Craso y tía por lo tanto del presente rey, Ramiro III, estaba profesando en el monasterio de San Salvador de León cuando aconteció la muerte de su hermano Sancho. Esta circunstancia, más la minoridad del heredero, hizo que Elvira apartara sus hábitos y sus paces monacales para encargarse, junto con la reina madre, de la regencia del niño-rey Ramiro III. El cronista Sampiro nos dice que «gracias a esta mujer prudentísima se sostuvo en el trono el pequeño príncipe». Aunque también esta circunstancia hay que anotarla en el haber de Pamplona y su apoyo, como se supone que no podía ser menos, después del empeño que pusieron en el retorno de su padre Sancho I. Y efectivamente en la toma de posesión allí estaba una muy nutrida representación navarra donde figuraban Fortún Garcés, Íñigo Garcés, García Íñiguez y Velasco Fortún; además de una figuración gallega donde se encontraba un fiel de su padre, el conde Rodrigo Velázquez y Froila Vela, con Gómez Díaz, conde de Saldaña. Faltaban, sin embargo los condes de la marca portuguesa, Gonzalo Núñez, el presunto asesino de su padre, y Gonzalo Menéndez, que aguardaban el momento de imponer la candidatura del hijo de Ordoño III. A Elvira, su tía, los notarios le dan títulos pomposos, como de reina, basilea y madrina del rey, mientras que ella, por su parte, intenta rodear de esplendor al pequeño rey haciéndole mil halagos, haciendo que se los hicieran y dándole incluso el título de flavio que llevaron los reyes de Toledo. Pero todo esto no era más que una fachada que además se demostraba incapaz de disimular la gran debilidad que se vivía internamente. Castilla, por ejemplo, hacía y deshacía y desde el Miño hasta el Mondego portugués campaba con toda autoridad y libertad el asesino de su padre Sancho I el Craso, es decir, el conde Gonzalo Núñez. Además, por los Campos Góticos la agitación la ponían dos de las familias más poderosas: la de los Ansúrez y la de los Banu Gómez, descendientes estos últimos del conde de Saldaña Gómez Díaz, que dependiendo de las circunstancias unas veces se inclinaban hacia León y otras hacia Castilla. En el 968 los normandos desembarcaron en Galicia y por un documento de aquellos días, de la Historia compostelana , sabemos de rapiñas y devastaciones. «A causa de nuestros pecados vinieron las gentes de los normandos a esta tierra y destruyeron la iglesia de Santa Eulalia de Curtis y otras de la comarca; sus sacerdotes fueron llevados presos y pasados por la espada; el fuego consumió las escrituras, y las mismas piedras perecieron por las llamas.» Este desembarco puede estar relacionado con la batalla de Fornelos, en la que el obispo de Santiago, Sisnando, que quiso rechazar a los piratas, fue derrotado y muerto por ellos. Después los piratas vagaron impunemente a través de Galicia, robando e incendiando hasta tal punto que, según el historiador francés Dudón, fueron dieciocho las poblaciones destruidas. Pero el conde Guillermo, que para Menéndez Pidal podría ser un ciudadano que gobernaba el ducado de la Gascuña y que habría llegado en peregrinación a Santiago, en ese momento de confusión sería quien organizase la lucha contra los invasores. Por lo tanto, el poder real sobre el cetro de Ramiro nunca estuvo asentado en la parte occidental del reino. Era natural que los recelos que hubo entre la mayoría de los magnates occidentales con respecto a su padre, continuaran en el hijo, y también era de temer que él no disimulase su ira contra el que había envenenado a su padre, ni contra los que lo habían encubierto.

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