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«Cayó sobre los ellos la tempestad»

Las tierras del reino se tornan en campo de batalla a medida que los árabes penetraban en ella. A su paso arrasaron con todo, alcanzando la capital a pesar de la bravura del brazo leonés

«... y entregaron a las llamas iglesias y campos, castillos y monasterios»

Publicado por
C. Santos de la Mota - león
León

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Vermudo II se adentró en Galicia y aniquiló la sublevación «ordenando derribar todos los castillos levantados por la soberbia y haciendo que los moradores bajasen a la llanura». A esto sucedió la respuesta de Almanzor que empezó por ayudar a los condes gallegos a los que antes había combatido, y así, fortalecidos por la promesa y una garantía de espada victoriosa, cuatro de los más poderosos magnates gallegos, Suero Gundemáriz, Osorio Díaz, Galindo y el mismo Gonzalo Menéndez levantaron el grito definitivo de la rebelión. Es evidente que un error en la estrategia, un subestimación o una prepotencia mal calculada acercaron a las fuerzas galaico-portuguesas a refugiarse en manos de Almanzor, al lado de cuyo ejército figurarán desde ahora los condes cristianos, aunque no todos, porque Suero Gundemáriz se somete y desde 988 vuelve a figurar en la corte regia. En cambio Osorio Díaz, que aunque casado en Galicia, pertenecía a la familia de los condes de Saldaña, defiende ahora la causa de Almanzor, por dos motivos, por mantener una «coherencia» con el levantamiento gallego, y porque como originario del oriente del reino que es, siempre fue más partidario de Ramiro III que de Vermudo II. En cuanto a Gonzalo Menéndez, su rompimiento con Vermudo II pudo producirse cuando éste rompió con los musulmanes, expulsándolos violentamente, ya que era el jefe de la marca portuguesa y prácticamente todas sus posesiones se encontraban entre el Duero y el Mondego, y nadie podía perder más que él en un enfrentamiento con Almanzor. Por lo tanto los condes portugueses se resignaron a servir a Almanzor a cambio de conservar relativamente sus dominios. La lucha iba contra León, y en ese servicio de miedo a perderlo todo, pues Almanzor arrasaba más que conquistaba, se sumó también Froila González, que era el hijo del envenenador de Sancho I el Craso, Gonzalo Núñez. «Entonces -dice una carta portuguesa- se levantaron los hijos de la perdición, los ismaelitas (árabes, sarracenos) que consiguieron ocupar toda la tierra en que se alzaba el monasterio de Vacariza, desde Córdoba hasta el Duero, y andaba en su compañía Froila González». La campaña La noticia de que la primera coalición gallega contra León había fracasado hizo que Almanzor desistiese de momento a entrar en reino cristiano, así que empezó en primer lugar por la devastación de la ciudad de Coimbra (987) que había permanecido abandonada y desierta durante un tiempo aproximado de siete años, pero en los primeros meses del año siguiente, es decir, en 988, su ejército avanza con mucha determinación hacia León, de tal forma que hace retroceder a sus enemigos «a las espesuras de las montañas», y así continúa en un avance imparable y demoledor «destruyendo villas, castillos, iglesias y monasterios» nos cuenta Menéndez Pidal. Vermudo II entonces se fue a atrincherar en Zamora, y dejó al cargo de León a un conde llamado Gonzalo González. Con este movimiento creyó Vermudo poder hacer frente mejor a los invasores, pero ni León ni Zamora fueron capaces de impedir las furiosas envestidas del invasor. León fue asaltada, saqueada e incendiada después de una resistencia heroica de cuatro días en la que murió bravamente el conde defensor, Gonzalo González. Zamora capituló y también fue destruida, y Vermudo II, antes de quedar preso, se refugió en Galicia, parece ser que en Lugo, con lo cual, vencida toda la resistencia, Almanzor pudo recorrer toda la llanura leonesa sin dificultad, penetrando en las poblaciones «y entregando a las llamas las iglesias y los monasterios. Entre ellos ardieron entonces los de Sahagún y San Pedro de Eslonza». Almanzor, a su paso, también destruyó el pueblo más antiguo de la provincia de León, Grajal de Campos, en 989. Y ante tal avalancha los musulmanes encontraron además la ayuda de algunos condes de la región, mal avenidos con Vermudo II y que sin embargo se presentaron dóciles a la delegación árabe en León. Eran García Gómez, conde de Saldaña, Gonzalo Vermúdez de Luna, probablemente conde de Cea y que era un magnate castellano-alavés que había hecho fortuna en tierras leonesas, pero que no dudaba en vender la hospitalidad para preservar sus pertenencias ante una inercia temporal adversa (una mala hierba que es de todo tiempo y lugar y que abunda demasiado), y probablemente también los Ansúrez de Monzón. En una carta del año 990 el rey Vermudo II se queja de estos condes-mercaderes «que no dudaron en entregar el reino en manos de los esbirros, echando a suerte la herencia y las propiedades del rey, bajo la inspiración del diablo; y lo que es todavía más horrible: llegaron a pasarse al rey de los ismaelitas para destruir el reino cristiano, haciendo que la mayor parte de la cristiandad fuese llevada a cautiverio, o pasada por la espada, o cargada de cadenas y sepultada en un calabozo». También en otra escritura de aquellos días se describe una desazón tintada de catástrofe: «Cayó sobre los cristianos una tempestad horrible, como no la hubo desde el principio del mundo; levantáronse los bárbaros e hicieron guerra contra ellos, y por los pecados del pueblo vino sobre él la cólera del Señor, de suerte que no hubo ciudad, ni iglesia ni monasterio en que quedasen los siervos de Dios», en Historia de León, de Risco. Almanzor concede un respiro Pero afortunadamente para Vermudo II también en Córdoba existían las intrigas, lo que hizo que Almanzor desviara su atención hacia otro lado, y a los condes cristianos, ahora auxiliares suyos, les encomendó la gobernación de la tierra conquistada, ayudados, naturalmente por un contingente de moros a cuya cabeza quedaba el hagib, que velarían rectamente por que se cumplieran las órdenes de Almanzor. Los documentos de estos días de revueltas, descontentos y frustraciones nos dicen que «gobernaba» en León, García Gómez, el conde de Saldaña, un monaguillo miedoso y temeroso de la espada de Almanzor. Por entonces el rey Vermudo, observando desde Lugo tanto despropósito, hostilizó como pudo a los intrusos y a los condes mangantes que no dudaron en vender barato la grandeza de la dignidad, para tratar de conservar la miseria de la materialidad. Y llegó a apoderarse de uno de ellos, el primero, por uno se empieza siempre. Era Gonzalo Vermúdez de Luna, ese castellano-alavés del que el rey Vermudo dice: «este hombre extraño en nuestra tierra que, no obstante la grandeza a la que le habíamos elevado, se alzó con nuestro castillo de Luna y con las riquezas que se habían encerrado allí para su custodia.» En León por entonces había tal confusión que fue lo que abonó precisamente la «gobernación» de García Gómez. Aunque también se dice que era tal el desconcierto que ya nadie sabía quién mandaba, si el conde, el hagib o el rey, «y que la tierra quedó sin rey y la iglesia huérfana de verdad». El desorden aumentó cuando a principios de 990 se corrió la voz de que el rey Vermudo había muerto. Y entonces la insolencia de García Gómez, conde de Saldaña alcanzó el summum de la desfachatez y de la más sucia traición. Muy cobarde para no luchar contra el invasor y muy diligente para ir a León a presentar sus respetos al hagib o primer ministro de la delegación musulmana, tuvo la desvergüenza de llegar a considerarse «rey» de León. Algunos documentos de la época así lo atestiguan cuando expresan: «Imperando García Gómez en León¿», o «En el año del imperio de nuestro señor, el conde García Gómez¿», en Historia del condado de Castilla. Fue de todos modos un «imperio» falso y además efímero, pues en la primavera de 990 Vermudo II tomó la decisión de abandonar su refugio de Galicia.

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