Alianza de leoneses y gallegos
El advenedizo Sancho III el Mayor restaura la sede diocesana palentina a expensas de la leonesa; mientras, el verdadero rey del país, Vermudo, planea la recuperación de su trono
Todo depende del resultado final y de las inercias posteriores. Y así nos encontramos que al lado del vencedor están el abad de Sahagún, un acólito sin más, resistiendo y ejerciendo desde la más pura de las filosofías clericales el arte maravilloso y milagroso de sostenerse siempre arriba; Fernando Laínez, un poderoso, quizá haciendo de «junco» por eso de ser capaz de doblarse, si las circunstancias aprietan, hasta ciento ochenta grados sin romperse, fiel al rey pero también pariente de Sancho III por su madre Justa Fernández, hermana de la reina Jimena; Muño Muñoz, antiguo conde de Cea, uno de los Banu Gómez que tanto azote provocaron siempre al reino y que acabará alzándose con el condado de Saldaña; y otros. Pero es en 1034 cuando sucede, a nuestro entender, uno de los mayores agravios, pues Sancho III el Mayor restaura la sede palentina y hace la demarcación diocesana que naturalmente es a expensas de la diócesis de León, lo que acentuó la intención de fragilizar León en favor de otros intereses más beneficiosos para él y el acercarse, física, social y espiritualmente, una franja de terreno que siempre consideró de su propiedad. Esto fue de una importancia absoluta y muy determinante, que quizá no se supo ver con claridad desde el principio, como tantas cosas, pero que a la postre dejaría ese poso o sustrato que es el que germina en las almas de cualquier pueblo. ¿Pudo hacer León algo para evitar eso? Como veremos más adelante algo pudo y algo lo palió. Sin duda la demarcación diocesana palentina fue una jugada estratégica, de afirmación, de acomodo y también de poder que iba muy claramente encaminada a desarticular la influencia leonesa y la leonesidad de aquellas regiones del Cea y del Carrión, principalmente, parte de los llamados Campos Góticos Leoneses, tan disputados y codiciados desde siempre por uno que pretendía defenderlos, León, y otra que se arrogaba todos los derechos sobre ellos, Castilla. La vida y las vicisitudes de Vermudo III no han sido fáciles de seguir en estos años de inestabilidad y de refugio. En 1032 parece que se encuentra venerando el sepulcro de Santiago y apaciguando lo más posible y siempre que ello fuera factible el ánimo inquieto y revuelto del obispo Vinstrario, quien solía relajarse coincidiendo «por casualidad», con la entrega de una generosa donación. Después de algunas guerras en tierras gallegas contra vascones que estaban al servicio del partido de Sancho III, a los que venció gracias a que Vermudo III encontró la colaboración de Rodrigo Romaniz y una alianza de éste con tropas danesas del vikingo Ulfo y probablemente también de normandos; y tras vencer también a un personaje que se le adjetiva como malvado, llamado Sisnando Galiariz, de quien el propio rey hablará con posterioridad diciendo que no respetaba «ni a la recuas ni a los mulos que transportaban el vino a las bodegas del rey», Vermudo III recompuso sus cosas, puso el ánimo en mejor situación y, con las fuerzas muy repuestas, se acercó a León. Matrimonio de conveniencia Es entonces, según extraemos de Menéndez Pidal, cuando Sancho III el Mayor, extrañado porque no se esperaba esa rápida unificación de leoneses y gallegos, cuando le propone en matrimonio a su segundogénito Fernando con su hermana Sancha. En cambio Rodrigo de Toledo nos dice que la venida de Vermudo a León se debió a que deseaba celebrar con toda magnificencia la boda de su hermana. Inmediatamente después nosotros no sabemos nada de él, sí en cambio existen referencias, aunque no precisamente ligadas a la persona del monarca, pero que nos muestran un poco la dureza del momento concreto, como son las que hacen referencia al aspecto de condiciones ambientales y climatológicas que debieron ser extremas ya que se dice que el año 1034 fue terrible, de una sequía general nunca vista, por lo tanto de escaseces múltiples y de hambre atroz, «en el cual -según un cronista que nos habla de ese año- prevaleció el hambre por todo el orbe de la tierra, haciendo temer la muerte de todo el género humano», en Histoire , de Raúl Glaber. El problema de Galicia Pero Galicia no estaba completamente apaciguada, y en especial el inquieto obispo Vinstrario, ahora obispo de Compostela, a quien Sancho III «supo» calmar de la única forma posible que entendía el clérigo: «ganándoselo con el oro y la diplomacia», nos dicen algunas fuentes, pero más bien con el oro, sobre todo con el oro. Sin embargo Vermudo III no debió de andar en esta ocasión con demasiadas contemplaciones. Además ya se sentía de otra manera, con más fuerzas, con más ánimo, con más determinación resolutiva y con una mejor y más afianzada firmeza. De tal modo que las veleidades egoístas del obispo Vinstrario y su constante perturbación e inestabilidad jugando sólo al puro afán de lucro y de inquietud por inquietar, Vermudo se lo hizo pagar de la forma que nos lo cuenta la Crónica compostelana: «Vinstrario, recibiendo los honores pontificales, de tal manera pisoteó con sus costumbres depravadas la doctrina de la santa vida, que fue arrojado en la cárcel por el rey Vermudo, y allí pagó su deuda la naturaleza.» Los pasos de Vermudo III debieron de continuar durante un tiempo en Galicia, y desde Galicia Vermudo pasó el Miño y atacó el castillo de Santa María, y en Villacésar tomó prisionero a un pretendiente a reyezuelo, o quizá ya proclamado reyezuelo, llamado Cimeia. A finales de 1034 decide tomar el camino de León. Pasa por Lugo donde el obispo Pedro se niega a abrirle las puertas de la ciudad, pero Vermudo, que no quiere pasar de largo y dejar descubiertas y expuestas sus espaldas con enemigos potenciales y una Galicia en frágil situación de compromiso con el rey, se presta a alguna humillación y a juramento por el cual sus tropas se someten a cuanto él les pida. Lo importante para Vermudo III era eliminar suspicacias, afirmar adhesiones y aumentar fuerzas en su viaje de retorno. Todavía en enero de 1035 León estaba sometido a Sancho III el Mayor, pero la brusca aparición de una importante fuerza militar, hizo que los navarros se retiraran. No obstante ya en la primera quincena de febrero de 1034 Vermudo III había vuelto a León y ante un súbito ataque de los leoneses, Sancho III se vio obligado a retroceder. Pero es sobre todo a principios de 1035 cuando la fuerza militar que acompaña a Vermudo en su regreso hace que Sancho III de Navarra se vea obligado a retroceder y pasar el río Cea y hasta el Pisuerga, según parece. Desde esa situación de fuerza, Vermudo III recoge de la memoria viejos temas y acomete uno de los más importantes que afectaban de pleno contra la integridad filosófica, estructural y espiritual del reino, ese argumento de influencias que unen o separan y que en consecuencia dirigen las corrientes sociales a determinarse por un lado u otro. Nos referimos a la restauración de la ciudad y de la diócesis de Palencia. Boda con Jimena Vermudo aceptó el hecho consumado, quizá no hubo otra forma de rebatirlo, quizá, «porque tiene la aprobación de Roma» diría con más resignación que otra cosa, acatando un poco a la fuerza la ley de la omnipotente iglesia de Roma y sus «imposibles equívocos», quien sin duda lo que por encima de todo veía era una diócesis más, como un brazo expansor más para ejecutar la obra de Dios, es decir, la suya. No obstante, Vermudo III pudo modificarla señalándola unos límites más respetuosos con el prelado leonés, aunque menos gratos a Castilla, en donde saldrá perjudicado el obispado de Burgos-Oca, perjuicio que los castellanos no sabían si entenderlo bien o mal, ya que por un lado estaban descontentos con la política de Navarra, pero por otro sabían ver que el rey Vermudo iba revelándose como hombre de «una gran sabiduría», que más tarde dirá un notario de la época.. Su casamiento con Jimena, varios años mayor que él, tenía como claro objetivo un interés básico, y es que la política necesitaba (?) de aquel matrimonio para robustecer la situación del monarca leonés, rearmarse en el ánimo y recuperar la buena perspectiva y la consumación física de aquellas tierras llamadas Tierra de Campos, que no son en su integridad los Campos Góticos, pero sí una parte de ellos, siempre tan en disputa, y tan plagadas, asimismo, de fértiles llanuras que a la postre había logrado recuperar.