Diario de León

Una mujer al frente del país

Muerto Vermudo III, su cuñado Fernando, conde de Castilla, hereda ambos territorios para horror de los leoneses, quienes le cerraron las puertas de la ciudad por ocho meses

Sancha debe figurar en la línea de los reyes leoneses

Sancha debe figurar en la línea de los reyes leoneses

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C. Santos de la Mota - león
León

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Fernando fue el más vital y enérgico de todos sus hermanos, y su herencia del condado de Castilla, el complemento ideal que le faltaba para sustanciarse en sus ansias de expansión y dominio, tanto, que una vez recogida la parte del reino de León luchó en 1054 en el flanco contrario por los dominios de alguna parte vascona, la Bureba y la Rioja, que su padre el rey Sancho III había ganado para Navarra y a quien correspondían legítimamente bajo la corona del rey navarro García, primogénito de Sancho y muerto en esta batalla librada en Atapuerca; ambos, García y Fernando, que tan acompañados estuvieron para derrotar al rey leonés Vermudo III y ambos tan «feroces» como mínimo en partes iguales, o quizá sea más atinado pensar que esa ferocidad estaba más asentada en el segundogénito que en el primogénito del rey Sancho III el Mayor. «De los tres hermanos -nos dice Juan Eslava Galán en La Historia de España contada para escépticos -, el que había heredado la energía y acometividad del padre no fue el mayor, sino el segundo, Fernando. (¿) Este Fernando era un rayo en la guerra», palabras y comportamientos a los que también debemos otorgar un margen para la objetividad, seguramente la mejor objetividad, más incluso por tratarse de tiempos, los de hoy, más asépticos e historiadores más imparciales, y palabras y comportamientos que nos expresa Eslava Galán que naturalmente encontramos alterados respecto a la versión un tanto puritana en favor de la representación de Castilla, de el Silense. Anexión de los dos estados Muerto Vermudo, el conflicto «quedaba resuelto» ya que Fernando se anexionó los dos Estados (no podemos decir «reinos» ya que Castilla no tenía aún tal rango) por primera vez en la historia gracias a su condición de esposo de Sancha de León, y a que el rey Vermudo III había muerto sin que le sobreviviese ningún descendiente. Tuvo Vermudo, no obstante, un hijo, o algunas fuentes así parecen indicarlo, pero el bebé príncipe debió de morir a los pocos días de su nacimiento. Al recaer la corona de León sobre Sancha y ésta estar casada con Fernando, conde de Castilla, y al ser las mujeres entonces un cero a la izquierda, bastante mejorado hoy, por cierto, pero no sin luchas constantes y presentes, produjo una novedosa y sin par situación que otorgaba a Castilla un nuevo status en su afirmación como reino, circunstancia que sucedió de rebote y por la fuerza¿, o la fuerza de una costumbre con olor rancio. Éste fue el inicio, la piedra primera sobre la que más tarde se empezaría a edificar el imparable reino de Castilla. Pero de lo que era Castilla, de su pobreza, de su rudeza, de su belicosidad y de su engreímiento cuyos orgullos se han desarrollado y extendido como la grama, tanto, que un solo árbol les ha impedido secularmente ver el bosque en el que habitaban, de esa Castilla ya nos contaban en el Poema de Fernán González cosas como estas: Era toda Castilla sólo una alcaldía/ a pesar de ser pobre y de poca valía/ nunca de buenos hombres fue Castilla vacía:/ de cómo fueron ellos lo sabemos hoy día./ Fue de los castellanos el principal cuidado/ elevar su señor al más alto estado;/ de una alcaldía pobre ficiéronla condado,/ formáronla después cabeza de reinado./ Se llamó don Fernando este conde primero,/ nunca hubo en el mundo otro tal caballero;/ éste fue de los moros implacable guerrero,/ por sus lides decíanle el buitre carnicero/. La corona, pues, recayó en Sancha, pero el desastre de Tamarón no quebrantó de tal manera a los condes de Vermudo III como para verse obligados a entregarse sin negociar. El fiel Fernando Laínez cerró las puertas de la ciudad de León y aún tuvo un tiempo para establecer su autoridad por encima del advenedizo Fernando, una espina que empezó a doler activa y sangrante en la mayor parte de la sociedad que lo rehusó durante más tiempo del que ni Fernando se habría imaginado en la peor de sus expectativas ni pesadillas. De hecho, hasta la primavera de 1038, es decir, unos ocho meses después, los documentos leoneses no reconocen en absoluto a Fernando, quien probablemente después del portazo de su homónimo, pero Laínez, debió de ir a la Castilla profunda, seguramente a Arlanza, a recuperarse del rechazo inicial y general, y a disfrutar de la Navidad, ya que debió de ser por aquellas fechas, las últimas de diciembre, cuando se le vio especialmente arropado por su gente castellana y en el epicentro de la Castilla clásica. La consagración como rey tuvo lugar el 22 de junio de 1038, respaldada por una oficialidad y unas maneras forzadas, pues no en vano desde el pueblo se le rechazó durante mucho más tiempo. Sancha de León . Reina de León, 1037-1065. Hija de Alfonso V y de Elvira Menéndez, era hermana de Vermudo III. Casó con Fernando, hijo segundo de Sancho III el Mayor de Navarra. Siguiendo esta cronología, quizá haya quien se sorprenda de ver que entronizamos en este capítulo a Sancha de León, en lugar de a su marido Fernando, que reinó, efectivamente, como Fernando I y llevó el peso y la imagen del escaparate del reino. No obstante, para nosotros, y también, sinceramente así lo creemos, para la historia, es Sancha quien es legalmente la heredera al trono de León. Y en ello encontramos varias razones: en primer lugar es la depositaria legítima de la dinastía leonesa al morir su hermano Vermudo III sin descendencia; en segundo lugar procede de un país consolidado en la realeza, mientras que su marido no es más que conde de un condado; en tercer lugar, que Fernando tuvo una aceptación social desconfiada y hasta hostil por gran parte de la nobleza y la totalidad del pueblo llano leonés, al menos durante el primer tercio de su figura como rey; en cuarto, se le podrá dar mayor o menor importancia, pero era de origen navarro, algo distinto a lo que había acontecido hasta entonces, cuyos reyes venían de tronco esencialmente leonés y más allá asturiano, pero primos hermanos; y, en quinto lugar, la sucesión al trono ya estaba consolidada como hereditaria, principalmente desde Ramiro III, lo que hacía recaer en Sancha, principalmente en Sancha y sólo en ella, la legitimidad de la corona, con lo que a Fernando podría entendérsele tan sólo como rey consorte. Además de todo esto, era Sancha de León quien desde la trastienda de la corte manejaba verdaderamente la mayor parte de los resortes y era ella quien ejercía una influencia decidida sobre muchos de los procederes de su esposo Fernando. Menéndez Pidal habla en su libro El imperio hispánico y los cinco reinos de la «leonesización» de Fernando I. Entendemos y defendemos, pues, que Sancha debió figurar más en la primera línea del reino y a la cabeza de él, y no su marido, que al fin y al cabo recogía de rebote una grandeza merecida tan sólo por la mera casualidad del sexo. Sí, bien sabemos que la mujer sólo por serlo ha sufrido ignominiosas persecuciones y valoraciones de puro suspenso, en la mayoría de los casos, que el sexo de mujer «ha sido vórtice y abismo, sede de todos los males del mundo, el interior laberíntico, la sangre y las humedades, los corrimientos, el romper de las aguas, las repugnantes secundinas¿», en El Evangelio según Jesucristo , de José Saramago, de donde nacen los hombres, Dios santo, sin embargo de tanta inmundicia¿, ese fue el marco intelectual de las «luces» de muchos siglos, pero en cambio es la fertilidad y la continuación de la vida, como poco, y otra perspectiva de miras que no puede considerarse en ningún caso inferior, sino diferente, y esto cuando menos. El que desde hace tanto y hasta hoy, las herencias, y éstas, que son en especial tan particulares, sigan una tradición tan encorsetada y rancia, hace mal y mancha por encima de todo a la dignidad humana, al menos en países con una cierta civilización. A los varones les sucedían los varones, es cierto, pero cuando de ellos no se podía tirar, entonces sí, se recurría a la mujer, como en el caso de la nieta de Sancha de León, Urraca, que también llegó a reina, como veremos, a causa de varias carambolas: su hermanastro Sancho había muerto siendo muy joven, ella misma ya era viuda de Raimundo de Borgoña, conde de Grajal, y el hijo de ambos, el futuro Alfonso VII, era tan sólo un niño de unos cinco años cuando su madre alcanzó el trono de León y de Castilla a la muerte de su padre el rey Alfonso VI. El posterior matrimonio de Urraca con Alfonso I el Batallador, rey de Aragón y de Navarra, no significó que éste se entronizara sobre todo el territorio maritalmente unido.

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