León combatió al Cid Campeador
Las disputas entre leoneses y castellanos continuaban horadando la relación entre ambos. Alfonso VI caería en Toledo el año 1109 sin descendencia masculina alguna
La batalla definitiva tuvo lugar en enero de 1072, en Golpejera o Golpejar (tierras a cuyo frente se hallaban los Banu Gómez), una campa que parece localizarse en Palencia, al lado de Carrión de los Condes, y cuyas consecuencias, nefastas para los intereses leoneses, trajeron después algunos episodios un tanto oscuros que no contribuyen a esclarecer la verdad. Con Alfonso VI, León disfrutó de un breve período de independencia (1065-1072). La batalla se llevó a cabo actuando por representación de Castilla Rodrigo Díaz de Vivar, como alférez del rey castellano, y por parte leonesa los condes Pedro y Gonzalo Ansúrez. Tras la batalla en la que Alfonso fue hecho prisionero, su hermano Sancho II el Fuerte se adueñó de Galicia y de León. Y aquí entró como rey el 12 de enero de 1072. En 1037 fue la primera vez que se perdió la independencia, que duró hasta 1065, y nuevamente desde este año hasta 1072 León fue independiente. Volveríamos a recobrarla unos setenta y cinco años después, en 1157, aunque también volveríamos a retroceder a las tinieblas castellanas. Muchos, muchísimos años después, con una España de estructuras modernas, política, militar, social, cultural y económicamente unida y cohesionada, León no es que perdiera la independencia, palabra que intrínsecamente en esos tiempos ya no tenía mucho sentido, pero sí un buen trozo de identidad y de singularidad para los ojos propios y para los de los demás, como un bocado de muerte con aviso de tumba (algo que no sucedió en otros lugares de esta misma España), como una zancadilla a traición, como un nubarrón denso y negro posado sobre una huella brillante de siglos. Cambio en las ideas La segunda parte del reinado de Alfonso VI (1072-1109) fue la de un monarca absolutamente castellanizado por vencido, o quizá vencido por castellanizado. Versiones pueden encontrarse para todo y de ambas puede que salga la verdadera. Después de la jura de Santa Gadea (Burgos, 1072), juramento que fue tomado por el propio Rodrigo Díaz, el «Cid», y del casamiento de éste (1074) con una sobrina del rey, Jimena Díaz, dama asturiana, hija de Diego Rodríguez, conde de Oviedo y bisnieta de Alfonso V de León, lo que parece que aumentó la enemistad del rey, vino el destierro del «Campeador». ¿Provino del juramento de Santa Gadea la malquerencia que Alfonso VI mostró a lo largo de su reinado hacia Rodrigo Díaz «el castellano», como solía llamarlo? ¿Qué espina clavada le dolía a Alfonso VI cuando refiriéndose a «el Cid» le llamaba «el castellano», sin duda en una expresión nítidamente peyorativa? ¿En qué sentido puede ser atribuido la diferenciación evidente que se entrevé entre la condición de uno, leonés, y la de otro, castellano? ¿No se están reflejando ya aquí las antítesis y las antípodas de una procedencia en tiempo y en lugar totalmente apartadas y distintas? ¿No se ve ya el concepto diferenciador entre dos clases, dos tierras, dos sintonías, dos maneras de entender la imposible unión y no digamos ya la uniformidad? Sospechas sobre el rey En Castilla nadie estaba muy seguro de que Alfonso VI no hubiese participado en la conjura de que había sido víctima su hermano Sancho II en el sitio de Zamora. Y para muchos contaba como cierto que Alfonso se hallaba dentro de Zamora cuando tuvo lugar el regicidio, así como que su hermana, Urraca Fernández, hubiera participado como cómplice e instigadora. ¿Provenía, acaso, de las derrotas de Llantada y Golpejera, en que tanta parte pudo haber tenido «el Cid»? García, el otrora rey de Galicia, había vuelto para recuperar sus dominios, fue apresado por segunda vez. El procedimiento fue muy sencillo. Alfonso pidió a su hermano que viniese a tener vistas. García, confiado, acudió sin ni tan sólo pedir seguridad alguna y Alfonso lo hizo prisionero. Menéndez Pidal nos cuenta que García fue «encadenado por el resto de sus días, lo tuvo encerrado en el castillo de Luna, en las montañas de León. Diecisiete años languideció allí el príncipe infortunado. Sabiéndolo gravemente enfermo, ya moribundo, Alfonso VI dio orden de que le quitasen los hierros. El desgraciado no lo consintió: «con los hierros había vivido tanto tiempo, con ellos quería morir y ser enterrado». Rehecha la unión de los reinos, Alfonso VI ocupó brevemente la Rioja (1074), Álava, Vizcaya y Guipúzcoa (1076), obtuvo el reconocimiento feudal del reino de Pamplona, la rendición de Toledo (1085)¿ Encuentro con los taifas Sin embargo tanta expansión provocó la alarma de los reinos de taifas que solicitaron el auxilio de los almorávides y que llegó vía Algeciras (a finales de junio de 1086). Alfonso VI, que estaba en Zaragoza, sitiándola, luchando contra el rey moro que ocupaba esa plaza y contra «el Cid» que se encontraba a su servicio, salió al encuentro de la expedición almorávide, pero fue completamente derrotado el 23 de octubre de 1086 en Sagrajas o Zalaca, a unos kilómetros al norte de Badajoz. Esto provocó una repentina pérdida de influencia sobre los taifas y otras esferas que se habían visto pequeñas ante una grandeza que a lo mejor era postiza, y también una cura de humildad ejemplar que hace que la grandeza exagerada, la que no se ciñe bien al cuerpo, tenga que ser digerida con dolor, arrepentimiento o vergüenza, lo que le llevó a reconciliarse con Rodrigo Díaz (1086-1089) y encomendarle la defensa del Levante peninsular. Transformaciones definitivas En mayo de 1108 las huestes de Alfonso VI fueron vencidas nuevamente, en Uclés (Cuenca), lo que desencadenó el derrumbamiento cristiano al sur del Tajo, y, algo más transcendente e infinitamente más doloroso para un rey que quiso jugar con dos barajas, una la de León, y otra la de León con Castilla (el pesebrismo versión siglos XI-XII): la muerte en esa batalla de su único hijo varón, Sancho, habido con su cuarta esposa, mora, llamada Zaida o también Isabel. Con otra mujer, Jimena Núñez, tuvo una hija bastarda, Teresa de Portugal, que luego casaría con Enrique de Borgoña, quienes declararían al condado de Portugal independiente de derecho y que fueron padres ambos de Alfonso Enriques, quien se declaró independiente y por lo tanto es el primer rey de Portugal. Alfonso VI murió en Toledo, el 30 de junio de 1109, sin prole masculina directa, un poco vacío y lejos. Hoy está enterrado en el monasterio benedictino de Sahagún de Campos con algunas de las que fueron sus mujeres. Su hija Urraca, viuda ya de Raimundo de Borgoña, conde de Grajal, le había dado una nieta y un nieto, un futuro rey, pero no obstante concertó el matrimonio de su hija viuda con Alfonso I el Batallador, rey de Aragón y Navarra.