| Crónica | Del esplendor al abandono |
So las cámaras del rey... El carné de identidad de los nobles de origen leonés
Once reyes leoneses y varias generaciones de nobles gobernaron durante siglos desde las dependencias del palacio que hoy conocemos como del Conde Luna
La zona de Palat del Rey, donde se ubica el palacio de los Condes de Luna, fue inicialmente palacio real; y su vinculación a la corona y la corte se mantuvo hasta muchos siglos después de que las dependencias pasaran a otras manos y fuera remodeladas durante siglos, hasta convertirlas en las dependencias que conocemos hoy. Los reyes leoneses se trasladaron al barrio de Palat cuanto Ordoño II donó las termas romanas, donde hasta entonces se ubicaban las dependencias reales, para la construcción de la Catedral. Era aproximadamente el año 914. En las dependencias originales en las que hoy historiadores y arqueólogos tratan de desenterrar los restos de un pasado que fue durante siglos muy destacado, ejercieron su reinado Ordoño II, Fruela II, Alfonso V el Monje, Ramiro II el Grande (que derrotó a Abderramán III en la batalla de Simancas), Ordoño III, Sancho I el Craso (tras vencer en la guerra civil mantenida con Ordoño IV), Ramiro III (durante la época de Almanzor), Bermudo II, Alfonso V el Noble (que dotó a la ciudad de fueron en el 1017) y Bermudo III. Sus sucesores, Fernando I y Sancha, ordenaron construir San Isidoro, donde se trasladó la corte real leonesa; pero Palat siguió siendo palacio real durante décadas. Las ruinas sobre las que hoy se asienta lo que queda del palacio del Conde Luna fueron testigo de los acontecimientos que se sucedieron a lo largo de todos estos años, y sede de la toma de decisiones aproximadamente entre el año 914 y el 1040. Pero aún quedaría mucha historia que vivir entre las paredes de las ruinas en las que hoy husmean los arqueólogos. El primer noble leonés con apellido Quiñones, según la historiadora Margarita Torres, fue Pedro Álvarez en el siglo XIII, uno de los hombres más influyentes de la corte de su tiempo. El palacio fue tutelado por la corona durante la minoría de edad de sus hijos, ya que murió joven; hasta que alcanzó la mayoría Suero Pérez de Quiñones. Éste, adelantado mayor del reino, fue condenado a muerte por Pedro I el Cruel cuando, tras apoyarle en un primer momento, se pasó al bando de Alfonso XI. Más tarde moriría en una batalla, y le sucedió Pedro Suárez de Quiñones. Pedro fue también adelantado mayor del reino, y además merino mayor, lo que suponía en la práctica acaparar las competencias del gobierno civil y militar del reino, algo que le convertía en el noble más importante de las tierras de León y Asturias. Fue Pedro Suárez quien, sobre el palacio heredado de su padre, amplió las instalaciones y ordenó realizar parte de la actual fachada gótica. Casado con Juana González de Bazán, descendiente de la casa de Palacios de Valduerna, el matrimonio hizo llamamiento de mayorazgo (adoptó) a su sobrino, hijo de Leonor, hermana de Pedro, ya que no tenían descendencia. Paso Honroso Así tomó el apellido y las armas de la familia Diego Fernández de Quiñones. Su matrimonio con María de Toledo le emparentó con una de las familias más poderosas de la nobleza española (María fue tía abuela del primer duque de Alba). Diego y María mantuvieron siempre una fuerte influencia en la corte, y él fue consejero del rey. Uno de sus hijos fue Suero de Quiñones, protagonista del famoso lance del Paso Honroso. Diego, considerado por sus contemporáneos una especie de «nuevo rico», llevó a cabo importantes transformaciones en el palacio familiar. Entre los lances más destacados de su ajetreada historia destaca el asalto a la capilla de los reyes de San Isidoro, que reclamó al Cabildo como suya. Ante la negativa de la Corona y la Iglesia de cedérsela, la tomó entrando a la fuerza en su caballo, lo que le costó la excomunión. Su hijo mayor, Pedro, recibió en 1462 de la corona el primer título de conde de Luna; título que a partir de entonces se vio involucrado en los principales acontecimientos de la época, incluida la guerra de las comunidades. A partir de ese momento los condes de Luna emparentan sucesivamente con las principales familias de la corte, desde los Enríquez a los Bazán, los condes de Benavente, marqueses de Astorga, condes de Valencia de don Juan,... Uno de sus descendientes, Claudio Fernández de Quiñones, fue embajador de Carlos V en el Concilio de Trento, y uno de los principales protagonistas en el cambio de imagen del palacio leonés. Fue uno de los hombres más cultos de su época, y en su palacio atesoró una de las mejores bibliotecas del reino. Enamorado del arte clásico y muy influenciado por sus vivencias italianas, ordenó construir los elementos renacentistas que aún se conservan en parte. Dejó el título a su hijo Luis, casado con Catalina, que era hija de Hernán Cortés. Una de sus hijas se casó hacia 1570 con un descendiente de los condes de Benavente, y las dos casas caminaron juntas durante un tiempo. El título de condes de Luna pasó después por herencias a los duques de Osuna, y más tarde a los de Frías. Un pasado glorioso que, según estudian ahora los expertos, está escrito en las paredes que hoy se sacuden décadas de abandono. «Estamos ante un panorama iconográfico heráldico tardogótico que permitirá descifrar una fase apasionante de la historia de León», señala Margarita Torres. En su opinión, una joya única de todo el Noroeste de la península. Sobre los falsos techos de las viviendas que ocupaban la parte superior del palacio han salido a la luz no sólo las decoraciones del artesonado, sino varias series de escudos que muestran entre otras las armas de los Quiñones, los Bazán, Toledo, Pimentel y otras aún sin identificar, de entre 1350 y 1500. Más de trescientos escudos en cada sala. Series en las que se repiten flores de lys. Torres destaca la importancia de llevar a cabo un estudio minucioso y concienzudo de esas series. «Pueden ser muy valiosas para interpretar la historia, pero una interpretación atolondrada puede también equivocar».