El Auditorio Ciudad de León acoge esta noche los espectáculos «Crucible» y «Blank on blank»
La Ririe-Woodbury Dance Company homenajea hoy al coreógrafo Nikolais
Los juegos de luz, música, color y transparencias, algunos ingredientes de la representación
Un homenaje al coreógrafo de danza contemporánea Alwin Nikolais será el que esta noche le rinda en el Auditorio Ciudad de León la Ririe-Woodbury Dance Company con un espectáculo repleto de diapositivas y juegos de luminotecnia. El programa está integrado por Crucible (15 minutos), estrenado en el American Dance Festival el 13 de junio de 1985, con coreografía, sonido e iluminación de Alwin Nikolais; y Blank on blank (12 minutos), estrenada en el Joyce Theatre (New York) el 23 de diciembre de 1953 con coreografía, sonido, vestuario e iluminación también originales de este autor. Nikolais fue un maestro de la innovación en la danza. Todas sus obras, siempre sorprendentes, son en sí mismas una puesta en escena multimedia para la abstracción. Él diseñaba proyecciones, sonido, iluminación, coreografía y vestuario, haciendo de la danza un arte a la vez visual y cinético, ofreciendo mundos de color, luz, orden y movimiento en los que los bailarines parecen transfigurarse gracias a la magia, el talento, el ingenio y la expresividad poética de este coreógrafo. Alwin Nikolais ha sido uno de los grandes precursores de la danza moderna estadounidense. En el gran movimiento que marcó los años posteriores a la Guerra Mundial, cada uno afirmó su personalidad y desarrolló sus experiencias de aquella herencia europea, que en el caso de Nikolais procedía concretamente de la escuela alemana, con Mary Wigman y Hanya Holm. Artista polifacético Nacido en 1910, Alwin Nikolais siempre fue un artista múltiple: pintor, escultor, poeta, titiritero, compositor y hasta pianista que acompañaba a las películas del cine mudo; artes todas ellas que aplicó de un modo original en la elaboración de sus espectáculos. Al ser pianista en un curso de danza, descubrió por comparación la libertad que la música puede brindar a los bailarines. Así, desde 1951, él mismo componía la música para sus piezas, y también diseñaba la escenografía y la iluminación, creando así un teatro total. Su familiaridad con el cine dio también sus frutos. Como diría Maurice Fleuret a comienzos de los años sesenta, «la creatividad de Nikolais en la lumino-cinética, y en las diferentes formas del arte óptico se ha destacado a menudo. Sin embargo, lo que en mi opinión más le ha influido es el cine: el ritmo esencialmente visual que emana de su discurso teatral, los efectos obtenidos por la provocación de reacciones de la retina, la descomposición del movimiento, la elaboración de un vocabulario coreográfico a base de gestos invertidos, como en una película proyectada marcha atrás, y hasta el humor mímico del cine mudo». Y, cómo no, el uso de los accesorios del teatro de marionetas que en 1937 dirigía en Hartford. Nikolais creó en sus coreografías, pues, un universo nuevo, extraño y muy personal. Su capacidad de transformar la dinámica tradicional de la danza con acontecimientos visuales o sonoros que él mismo crea o recrea, es la marca de fábrica que le distingue del resto de la vanguardia.