Los misterios del lejano Oriente
La Casa de Botines muestra una selección de las mejores obras del Museo Oriental de Valladolid, una exposición de piezas llegadas de China, Japón y Filipinas
La sede de Caja España en la Casa de Botines es el escenario de la exposición Museo Oriental, China, Japón y Filipinas », una muestra en la que se recogen los más selectos fondos del Museo Oriental de los Agustinos de Valladolid. Su comisario, Blas Sierra de la Calle, un agustino que nació en las montañas leonesas de Riaño, explica que «esta exposición tiene un significado especial en cuanto que como el mismo título indica, se ha reunido en ella una selección de obras de primerísima calidad. Yo diría que hoy día en España ningún museo puede organizar una muestra de este nivel, con obras de tanta calidad. Se han seleccionado 138 y a través de ellas se pretende mostrar una visión sintética de los fondos del Museo Oriental de Valladolid y, al mismo tiempo, se brinda un estímulo atractivo para que el visitante salga de la tradicional indiferencia hacia oriente. La muestra está dividida en tres apartados, dedicados a China, Japón y Filipinas. Las obras expuestas abarcan un periodo de tiempo comprendido entre los dos mil años antes de Cristo y el siglo XIX». Sobre la pequeña historia de este gran museo vallisoletano y sus exposiciones comenta Sierra de la Calle que «la colaboración entre Caja España y el Museo tiene ya más de 25 años. En ellos hemos hecho exposiciones muy importantes, como la dedicada a nuestra colección de marfiles, que por cierto es la mejor de cuantas existen en Europa. La de Pintura China de Exportación, la de la Colección Chen, otra sobre Fotografía Japonesa del Siglo XIX, la de Carteles de la Revolución China, la de Filipinas Indígena... y muchas más. La última fue hace solamente un año y estaba dedicada a la Ilustración Filipina. La Orden de San Agustín Para comprender el Museo Oriental hay que conocer la historia de la institución a la que pertenece, la Orden de San Agustín. «Los primeros misioneros llegaron al lejano oriente, concretamente a Filipinas, en el año 1565. Los agustinos fueron pioneros en este archipiélago, y diez años más tarde pasaron a China y a Japón. Desde el siglo XVI hasta nuestros días han estado en esos países más de 3.000 agustinos, de ellos proviene la mayor parte de este legado. Cuando comenzaron a regresar, sobre todo después de la apertura de Canal de Suez en 1869, cada uno traía algún presente de aquellas lejanas tierras. Las obras más antiguas que se conservan son marfiles y ornamentos litúrgicos, pero después, poco a poco, se fue incrementando la colección con las aportaciones que cada misionero recogía según sus gustos y aficiones. También ha habido importantes donaciones de personas particulares. En la actualidad el museo conserva casi un millar de objetos únicos de enorme valor artístico, histórico y etnográfico». Las piezas En la exposición hay obras muy diversas, aunque Sierra de la Calle tiene sus preferencias. «Hay piezas interesantísimas del neolítico filipino. Pero una de mis preferidas pertenece a China, se trata de un espejo que llamamos del Universo, en el que se refleja la filosofía china. En él se representa el cielo con forma circular y la tierra cuadrada. Todo está comprendido entre estos dos elementos. Los chinos son un pueblo que vive entre el cielo y la tierra y el hombre es la síntesis de los dos. Para mí, ese espejo, que fue creado doscientos años antes de Cristo, es un poco la síntesis de la exposición». Desde el punto de vista de la sensibilidad personal, el comisario se confiesa enamorado de una pintura. «La contemplo todos los días en el museo, es una acuarela titulada «Carpas saltando hacia la luna», una pintura preciosa de la dinastía Ming. Esas carpas tienen un gran mensaje vital. Comentan que los antiguos chinos metían en la boca de las carpas mensajes para enviarlos a través del río a sus amigos ermitaños, eran, pues, carpas mensajeras. Se trata una obra que habla de comunicación, de viaje, de interrelación entre amigos. Pero es evidente que son unas carpas saltarinas que remontan la corriente. Los chinos creen que al final se transforman en dragones, convirtiéndose en el símbolo de que la vida se puede transformar a través del esfuerzo, que el ignorante puede convertirse en sabio y el campesino en mandarín, de hecho los mandarines tienen por símbolo el dragón. También la mala persona puede trocarse en un santo, en un Buda. Las carpas son símbolos de esta metamorfosis a la que todos estamos llamados. Y así podría hablarse, una por una, de las 138 obras de la muestra». Una maravillosa exposición que acerca al espectador leonés las culturas del Lejano Oriente a través del arte y que tiene vocación itinerante. Después de su estancia, hasta el 9 de enero en León, visitará varías capitales de la autonomía, para terminar su periplo en la capital de España.