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| Crítica | Música |

Acariciando la perfección

Ros Marbá y la Real Filharmonía de Galicia ofrecieron en el Auditorio toda una lección de equilibrio y pulcritud junto a un genio del violín, el jovencísimo músico Felipe Rodríguez

Publicado por
Miguel Ángel Nepomuceno - león
León

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Era la segunda vez que el director Ros Marbá nos visitaba desde la inauguración del Auditorio y ahora llegaba al frente de la orquesta de la que es titular, la Real Filharmonía de Galicia, dentro de los actos culturales que la Fundación Caixa Galicia organiza anualmente. Como era de esperar, la afluencia de público de toda edad y condición fue generosa y el Auditorio presentaba un aspecto acogedor con casi todo el aforo ocupado. El programa elegido por Marbá para este acto se centró en su totalidad en autores franceses y tanto los Debussy, Bizet o Saint Saens que subieron al atril tuvieron lecturas cuajadas de inspiración, buen gusto y dominio del idioma, algo consustancial a ese excelente director que es Ros Marbá, un pilar fundamental en la historia moderna de nuestra dirección orquestal de los últimos treinta años. La Danse de Debussy, con la que se inició este hermoso programa, se enmarca dentro de esas obras galantes que contagian por su ritmo vertiginoso de tarantella, aunque es más un scherzo en forma de rondó, pero que por su bruscos cambios de ritmos 6/8 y 3/4 dan lugar a esa suerte de torbenillo que asemeja a la mencionada tarantella. La Filhamonía de Galicia la tradujo con vivacidad, sin amaneramientos ni suntuosidades, siempre sobria y efectiva. La Habanera de Saint Säens que siguió, tuvo en el violinista salmantino Felipe Rodríguez su protagonista de excepción. El joven charro es dueño de una técnica y un virtuosismo apabullantes, por lo que, unidos a su juventud, pueden significar el preludio -y lo digo por su juventud, no por sus modos ya de veterano-, de una impresionante y vertiginosa carrera. Utilizando todos los recursos de un instrumento demasiado frágil en sus robustas manos, Felipe hizo vibrar al respetable con toda la serie de sutilezas técnicas e instrumentales que desplegó a base de dobles cuerdas, notas picadas, y ese lirismo conmovedor que emana de toda la partitura y que él lo desgranó a base de sensibilidad en esas frases maravillosas ahítas de fuego y poesía. Un descubrimiento fantástico. La tercera obra de la primera parte estuvo dedicada a la Tzigane de Ravel, una pieza de exhibición dedicada a la violinista húngara Jelly d'Aranyi, y con la que su colega salmantino tuvo la mejor performance de la noche. Tras una breve introducción sensual y soñadora del violín sólo, pasó a frases ásperas, agresivas y rechinantes. Esta obra encierra todas las trampas posibles para un virtuoso: pizzicatos, armónicos rápidos, bruscos cambios de ritmo y toda suerte de sutilezas que el solista supo sortear con esa facilidad que sólo los verdaderos virtuosos poseen. Fue toda una lección de lo que se puede lograr hacer con un instrumento echo para deleitar.  La velada concluyó con otra hermosa obra, esta vez de Bizet. La sinfonía nº 1 del autor de Carmen puede decirse que en ningún momento parece una obra escrita por un joven de 16 años, sino por un experimentado maestro. Aunque bebe de Gounod y a veces de Mendelssohn, la obra es un milagro de juventud con esa frescura y ese vigor característicos de un inspirado al que aún le falta taller. Antoni Ros Marbá la diseccionó con esa elegancia innata, a la que en ningún momento le falta claridad y franqueza.  Excelente la cuerda y la percusión de la Real Filharmonía de Galicia, y toda una lección de cómo con obras en aparienca sencillas se puede lograr un concierto de campanillas como ha sido éste.