PEDRO PIQUERAS dedicó esta semana su 'Enfoque' de La 2 a la polémica sobre la
, un asunto que en los últimos años ha dado mucho que hablar y que ha terminado sustanciándose en el código de autorregulación promovido por el Gobierno y suscrito por los dos principales canales privados más TVE y la FORTA. Ojo al dato, porque hace sólo dos años esto parecía imposible: que el malestar social por los excesos de la tele acabara dando lugar a una iniciativa gubernamental y al reconocimiento tácito, por parte de los canales, de que se estaban pasando varios pueblos en su inmoderada persecución del negocio. En el debate de Piqueras estuvieron Mainat, de Gestmusic; Gerard Imbert, autor de 'El zoo visual'; Pilar Moreno, de la Asociación de Telespectadores y Radioyentes; Ángel Antonio Herrera, periodista habitual de la
; Máximo Pradera, que pasó por la tele y tal vez vuelva a ella, y este servidor de usted, que fue en calidad de crítico. La
era José María Íñigo, que dijo cosas bastante sensatas, y algunas otras bastante desengañadas, sobre la tele y su circunstancia. Como el que suscribe era parte del tinglado, sería abusivo juzgar lo que allí dijo cada cual. En líneas generales, el mensaje de la discusión puede resumirse así: no está claro qué es la telebasura, pero es fácil coincidir en que hay programas inadecuados para su horario; en consecuencia, parece posible ponerse de acuerdo en la necesidad de controlar los contenidos en horario protegido; pese a ello, subsiste la convicción de que la tendencia natural de la tele es explotar las formas más estrepitosas del espectáculo, de manera que hay cierto escepticismo sobre la capacidad de compromiso real por parte de los canales. Es verdad que, seguramente es poco científico emplear el término
. Y ello al margen de que, además, sea poco respetuoso para con el trabajo de quienes hacen esos programas. En cuanto a esto último, no puede decirse que todos los trabajos merezcan el mismo respeto. Y en cuanto a lo primero, no cabe duda de que, por difícil que sea definir la basura, la gente la huele, lo cual debería bastar para saber dónde está. Pero pongamos el asunto en perspectiva: lo que se ha conseguido con este código de autorregulación es muy importante no sólo por las obligaciones que comporta, sino también porque fija la frontera entre lo aceptable y lo inaceptable. Eso ya es una victoria del telespectador.