Diario de León
Publicado por
JOSÉ JAVIER ESPARZA
León

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EN LA pequeña -pequeñísima- historia de la televisión, el 2004 será recordado como el año en el que todo se salió de madre. El episodio más salvaje fue el vivido con ocasión de la muerte de Carmina Ordóñez. Con muy escasas excepciones, el comportamiento colectivo de los programas rosa y asociados fue sencillamente necrófago, como el de los gusanitos de Grissom en CSI. El espectáculo de varias decenas de conocedores glosando las circunstancias de la vida y de la muerte de esta señora sobrepasó ampliamente los límites de la decencia. Este caso concreto hay que sumarlo al ambiente general expandido en el verano televisivo, donde una crónica rosa completamente desquiciada contó con el aval de las cadenas para extender sus horarios mucho más allá de lo razonable. Al final ha tenido que intervenir un Gobierno para llamar al orden y promover un código de autorregulación. Eso es una buena noticia para los espectadores, pero debería hacer reflexionar a los canales, que han dejado patente su incapacidad para controlar sus peores impulsos. Al Gobierno se le puede acusar de oportunismo, pero la culpa es de quienes crearon la oportunidad. La otra gran novedad televisiva del año 2004 ha sido la pérdida del liderazgo de TVE. Hasta la fecha, las grandes cadenas privadas habían tenido que contentarse con un estatuto secundario en el panorama televisivo español. Eso se acabó en el 2004. Para calibrar los efectos del acontecimiento, basta pensar en sus posibles repercusiones en la contratación de publicidad. La pregunta fundamental es, evidentemente, cómo TVE ha perdido su liderazgo a pesar de contar con grandes bazas a su favor: doble financiación, beneficio de la inercia del público, extensísimo equipo profesional de buena calidad. Cierto que también cuenta con la losa de su desorbitada deuda, pero ésta no es nueva, y sólo ahora ha coincidido con malos resultados de audiencia. No sería del todo justo achacar la pérdida de audiencia al estilo Caffarell: de hecho, los informativos de TVE -el único segmento de la programación de la Pública cuyo liderazgo era indiscutible- ya habían comenzado a perder batallas ante Antena 3 varios meses antes, sobre todo a las nueve de la noche. Pero es un hecho que el descenso de audiencia se ha hecho permanente en los últimos ocho meses, y eso debería llevar a TVE a reflexiones mayores. Tampoco sería justo decir que las privadas toman la delantera porque se aúpan sobre el escándalo, tal y como dicen al oído algunos responsables de la Pública: las mejores cifras de Telecinco y Antena 3 no están en los programas-escándalo, sino en las grandes series de ficción, nacionales o extranjeras, que estos canales mantienen con seriedad y constancia. A partir del 2004, el paisaje será distinto.

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