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Miguel y Alonso

En que a Cervantes le falla la memoria, y don Quijote, que tiene un lío de nombre, se dedica al bricolaje y se pertrecha para ahuecar el ala

Publicado por
Eduardo Riestra - león
León

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Ya empezamos con tiranteces. Resulta que uno comienza el primer capítulo y de inmediato se topa con que Cervantes no quiere acordarse del nombre del pueblo de don Quijote. Hombre, eso no está bien. Si lo sabe, que lo diga. En fin, parece que en ese lugar misterioso vivía nuestro hombre, al que se presenta ya mayor. No sabemos nada de antes. Sólo que cuenta con una posición acomodada: una buena casa, algunos ferrados de finca (que ha ido vendiendo para comprarse libros), y que no tiene o no parece tener más familia que una sobrina. Viven en la casa también un ama cuarentona y un mozo que le vale tanto de chófer como de jardinero (vamos, que le ensilla el jumento y le poda las vides). Lo del nombre de este vecino es otro lío de los gordos: se llama Quejana, pero atiende por Quesada o Quijada. Y a todo esto, el paisano está perdiendo la cabeza de tanto leer. Lo cual, como la sífilis, es una enfermedad claramente erradicada en nuestros días. A mí me gustaría saber algo más de su vida: de quién es hija la sobrina, si el hombre está soltero o tal vez divorciado, cosas así. Pero Cervantes no suelta prenda. Nos dice que tolea y punto. Luego reúne un disfraz de caballero andante y se fabrica con unos cartones una especie de casco, ya me dirán ustedes. De momento a mí todo esto me parece poco serio. Se tira cuatro días poniendo nombre a Rocinante (que se acaba llamando Rocinante) y otros ocho buscando uno nuevo para sí mismo. Al final no le vale ninguno de los que ya tiene y se inventa el de Quijote. Eso sí, en la más arraigada tradición española, hace alarde de patria y se apellida «de la Mancha». ¿Quién no tuvo un compañero en la mili que atendía por Ponfe o Veguellina? Luego, para poder partir a la aventura, busca una dueña de sus pensamientos. Se decide por Aldonza Lorenzo, una sex symbol de la zona (si el manco no nos quiere decir el lugar, que no nos lo diga) a la que tenía previamente echado el ojo. Pero, claro, hubo que cambiarle el nombre también a ella. La bautiza como Dulcinea del Toboso. ¡Y la moza sin enterarse! Con las mujeres ya se sabe. A todo esto, descubrimos que el barbero del pueblo se llama Nicolás, lo que es bueno recordar para más adelante, para cuando inicie la quema de libros. Pero eso ya es anticipar acontecimientos. De momento nos quedamos con que los caballeros que le molan son el caballero del Febo y el hermano de Amadís, pero no éste, que a menudo se mostraba melindroso y llorón. Y que el gigante Morgante era un gigante muy educado, cosa infrecuente en la gigantidad. Lo cual no es saber poco. Y burla burlando va el capítulo primero. eduardo.riestra@lavoz.es

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