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Antes de enmudecer
Adolfo Gutiérrez Arenas y Fernando Pérez brindaron en el Auditorio un concierto de piano y violonchelo plano y desigual
El dúo Gutiérrez Arenas y Fernando Pérez, que actuaron el pasado viernes en el Auditorio, tuvo un superficial ensamblaje, con bruscos cambios en las dinámicas del piano que a veces sepultaba al chelista y otras quedaba varios decibelios por debajo. ¿Abrir tanto la tapa, no habrá influido en ello? La primera de las obras elegidas, las deliciosas Cinco piezas en estilo popular de Schumann, acusó de una lectura poco expresiva, demasiado encorsetada, con escaso contrastes de color sin que por ello olvidemos el final del Vanitas vanitatum. Mit humor en el que Gutiérrez Arenas demostró los progresos conseguidos desde su última actuación en León, logrando un brillante final, tal vez demasiado enfatizado. El Langsam que siguió dejó al piano expresarse con ese lirismo indicado por Schumann, pero no muy conseguido. La tercera pieza no tuvo una especial relevancia a no ser por el fraseo contrastado del chelo con leves adornos antes de entrar en el cuarto tiempo, tímido de expresión y vivaz en las indicaciones, sin caer en el apresuramiento, medido y tierno. Peor fue la quinta pieza Stark und markirt , (Con fuerza y marcado), en el que tanto el piano como el chelo acusaron bruscos desajustes y la fogosidad y el ímpetu que cierra esta página se convirtió en algo rutinario que deslució el brillante final y la excelente técnica de ambos intérpretes. La Sonata para chelo y piano de Brahms se resintió de lo apuntado arriba, aunque el piano mantuvo en todo el primer tiempo ese protagonismo exigido, con un cuidado empleo del pedal y un puntilloso ostinato de la mano izquierda, mientras el cello se limitó a exponer la riqueza de las melodías que subyacen en ese primer tiempo. El Adagio dejó protagonismo al chelo, que Arenas supo dotar de limpieza y claridad. El finale, presto agitato, tuvo momentos de emborronamiento sonoro, con notas en el chelo mal pisadas, que produjeron sobresaltos acústicos de afinación. La Sonata de Rachmanoff fue mejor interpretada que las anteriores, con un equilibrado juego de iniciativas entre ambos instrumentos, en el que el protagonismo fue cambiando a lo largo de los cuatro tiempos. Destacó el lento, en el que el chelo, pese a leves fluctuaciones de fraseo, mantuvo en todo momento ese dramatismo que lo impregna. Magnífico el allegro mosso, que Pérez trató con sobriedad buscando el contraste colorista con el chelo. El finale fue vibrante y virtuosístico. Un concierto con fuertes altibajos, destellos de brillantez y muchos aspectos que pulir.