Diario de León

La hoguera

En que mientras Don Quijote duerme, los otros queman sus libros, de cuyas páginas parecen querer escapar los personajes más disparatados El estereotipo gráfico de los personajes se creó

Un ejemplar de «El Quijote» editado en 1657 en Holanda, el primero que incluyó grabados

Un ejemplar de «El Quijote» editado en 1657 en Holanda, el primero que incluyó grabados

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Eduardo Riestra - redacción
León

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Amable lector: yo no sé si a usted le gusta coleccionar llaveros o atesorar figuritas de porcelana. Si compra en los quioscos aviones de guerra o casas de muñecas. No sé qué le gusta guardar, si botellas de vino o trofeos de mus y de tute cabrón. Pero le confieso que a mí me gustan los libros. No me malinterprete. No he dicho que me guste leer; no he dicho eso. A mí me gustan «físicamente» los libros. Por eso hoy escribo este capítulo postrado por el mucho sufrimiento. Porque en el capítulo de esta semana se unen la familia, el trabajo, la religión y la higiene para cometer la mayor tropelía cultural desde lo de Alejandría. Voy a contar los hechos. Todavía duerme el caballero andante por el cansancio acumulado de las aventuras que se cuentan en los primeros capítulos, cuando llegan a la casa el cura Pero Pérez y el barbero Nicolás. Allí piden la llave del cuarto de la biblioteca a la sobrina, que no sólo la da, sino que anima a los inquisidores en su misión redentora. Se monta una cadena humana contra natura para formar la hoguera. El barbero toma un libro del estante y se lo entrega al cura. Éste lo mira, lo condena y se lo pasa al ama o a la sobrina; y finalmente sale volando por la ventana. Así, vuelan como platos o pichones el Amadís de Grecia -con su reina Pintiquinestra y su pastor Darinel- un tal Olivante de Laura, el Florismarte de Hircania, el Caballero del Platir, el Caballero de la Cruz y un volumen titulado Espejo de Caballerías . También Bernardo de Carpio, Palmerían de Oliva y otros nombres pintureros. El cura, convertido en juez supremo, perdona la vida del Amadís de Gaula y también del Palmerín de Inglaterra . Pero aparece también por allí la Galatea , de un tal Cervantes, a la cual se pone en cuarentena por si acaso. Se salva una gran parte de los libros de poesía a pesar del temor de la sobrina de que a su tío, curado de la locura, le dé por hacerse poeta, enfermedad incurable y pegadiza. De la quema se salva también por el azar La Historia del Famoso Caballero Tirante el Blanco , donde se habla de don Quirieleisón de Montalbán y de su hermano Tomás de Montalbán, del caballero Fonseca, de la doncella Placerdemivida (que es casi como llamarse Maricielo Pajares) y de la viuda Reposada. Lo salva el licenciado porque allí «comen los caballeros y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte con estas cosas de que los demás libros carecen». Lo cierto es que yo, mientras leo este capítulo sólo deseo que despierte don Quijote y empuñe la espada para expulsar a los inquisidores de su casa. Comenzaré a gritar, a ver si me oye.

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