Diario de León

El conflicto vasco

En que se monta un embrollo con el propio libro que estamos leyendo, pero cuando la historia continúa, don Quijote, sin quererlo, funda el PNV

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Eduardo Riestra
León

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Me temo que para el capítulo que hoy toca es necesario un poco de atención por parte del amable lector (quiero decir, un poco más de lo habitual) porque la cosa se me está yendo de las manos. Voy a intentar poner un poco de orden. Yo hasta ahora creía que el Quijote lo había escrito Cervantes, y que utilizaba la técnica de narrador «omnisciente» (que es el narrador-Dios: que todo lo ve, que todo lo oye, que todo lo sabe). Pero, de repente, nos encontramos con que la novela se interrumpe en el final del anterior capítulo y que aquel que narraba era «alguien» que estaba leyendo el libro hasta ese punto. Y ahora aparece la «voz» del anónimo lector, que se lamenta de la interrupción de la historia en una situación tan emocionante. Luego sospecha que raro será que nadie haya tenido a bien narrar las aventuras de este caballero don Quijote de la Mancha, luz y espejo de la caballería manchega, que socorre viudas y ampara doncellas (o más exactamente, la virginidad de las doncellas, que muchas hay que se dedican a vagar con su virginidad a cuestas, que las hubo que llegaron con ella a los ochenta años sin haber dormido nunca bajo techo, lo que ya tiene mérito). Y a continuación nos relata una historia que, qué quieren que les diga, a mí me cuesta creer. Resulta que estaba el hombre de compras por Toledo, en una tienda de corbatas o algo así, cuando entra en el local un chaval que vende un manuscrito. Al ojearlo el tendero se parte de la risa leyendo una referencia sobre Dulcinea del Toboso. Y ahí nuestro amigo pide que le dejen el cartapacio, que está escrito en árabe por un tal Cide Hamete Benengeli, y saltándose al tendero, se lo compra al rapaz por medio real. Luego contrata un traductor morisco, al que aloja en su casa durante un mes y medio, y por dos arrobas de pasas y dos fanegas de trigo hace que le traduzca aquel original. El resultado es el resto del Quijote y, por tanto, la continuación y el desenlace del duelo de caballero de la Mancha con el chulo de Bilbao. De todo lo anterior se deduce que el Quijote es un libro de moros sobre cristianos. También se deduce que en casa del traductor morisco no faltará el pan de pasas durante algún tiempo. Lo que queda, aunque ya es poco, tendrá consecuencias que afectarán a la convivencia de los españoles durante los siguientes cuatro siglos: don Quijote le arrea al bilbaíno un tan tremendo mandoble en la cabeza que el vasco mana sangre por narices, boca y oídos, y termina cayendo de su montura. Amenaza el caballero con decapitarlo si no se rinde y se encamina al Toboso a ponerse a disposición de la bella Dulcinea. Aquel, claro, dice que sí. Pero Ibarreche ni olvida ni perdona. 1397124194

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