Diario de León

Los cabreros discretos

En que don Quijote y Sancho son agasajados con sabrosas viandas y una actuación musical en directo, mientras añoran los tiempos pasados y discuten de modales

Publicado por
Eduardo Riestra
León

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Los cabreros en cuyas cabañas se habían detenido a pasar la noche don Quijote y Sancho, reciben a estos con gran hospitalidad, y les organizan una cuchipanda a base de carne de cabra al caldero. Ponen la mesa de la siguiente manera: en el suelo extienden unas pieles de cabra y se sientan todos en torno a ellas; para el invitado principal se habilita una especie de caja de madera vuelta del revés; el vino se bebe en cuerno de cabra, y Sancho, que permanece de pie junto a su amo, le llena la copa. No me digan ustedes que la escena no es bucólica (y un poco vikinga). Pero ya empieza nuestra extraña pareja a enredar, que no pueden comportarse como el resto de los mortales. Don Quijote le pide a Sancho que se siente con él y comparta su comida; vamos, buen rollito. Pero el animal de Sancho dice que no, que prefiere comer solo y a escondidas, sin melindres ni respetos, que en las cenas de sociedad hay que guardar las formas: mascar lento, beber poco, limpiarse a menudo, no estornudar, ni toser, ni tomarse otras libertades que, gracias a Dios, no detalla. Pero el que manda, manda, y ya sabemos que don Quijote no se anda por las ramas. Por lo tanto lo agarra fuertemente por un brazo y lo obliga a sentarse junto a él. Asunto acabado. Entre tanto, los cabreros miran, comen y callan. Acabada la carne, se sirven los postres: medio queso y un puñado de bellotas. Y toma las bellotas don Quijote y mirándolas extasiado -como hiciera Hamlet con una calavera- se larga una perorata lírica sobre los tiempos en que no existía la propiedad privada, y la madre Naturaleza proveía a sus hijos con sabrosos y sanos alimentos (como, por ejemplo, las bellotas), y la justicia imperaba de forma espontánea y la doncellez no era robada, sino que se perdía por gusto y propia voluntad, y no como ahora (el ahora de entonces, claro). Pero menos mal que existen los caballeros andantes -de los que el propio orador es buena prueba- para velar por la virginidad ajena. Dicho esto, uno de los cabreros, llamado Antonio, saca de rabel y se suelta por bulerías, que David Bisbal ha hecho mucho daño. Trata la canción de una tal Olalla que parece desdeñar los amores del cabrero. Vamos, una historia que usted y yo, amable lector, conocemos muy bien. Acaba la copla y se dispone Sancho a dormir la mona cuando don Quijote le pide una última cura para su oreja herida por espada vasca, que le duele más de lo que es menester. Pero no es Sancho, sino uno de los pastores quien, oyendo la petición del caballero, prepara un mejunje de la siguiente manera: cójanse hojas de romero, másquense bien mascadas, mézclense con un poco de sal, aplíquense a la herida y véndese ésta bien. Buena gente, estos cabreros. 1397124194

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