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Publicado por
ROBERTO L. BLANCO VALDÉS
León

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RECUERDO haber visto en algún sitio que Carlos Marx estudió en su día castellano con la única intención de poder leer El Quijote en la lengua de Cervantes. Para ser capaz de disfrutar de las docenas de miles de páginas que dejó escritas el inagotable Julio Verne merecería la pena no ya aprender a leer francés, sino aprender a leer a secas. Pues en pocas ocasiones, como en Verne, es posible decir con absoluta justicia que todo está en los libros. Todo, sí señor: islas misteriosas, héroes de leyenda, ingenios prodigiosos, cañones imponentes, monstruos fabulosos, viajes a la luna, inmersiones en el mar, descensos al fondo de la tierra, faros y castillos, piratas y máquinas de guerra, desiertos de hielo, aventuras en el polo, meteoritos que se acercan a la tierra y cápsulas lunares que son disparadas desde ella, el universo literario verniano es de tal amplitud y den tal riqueza que aprender a leer leyendo a Verne es quizá la mejor forma de convertirse para siempre en un adicto a la compañía leal y reconfortante de los libros. ¡Y que mejor y más sana adición que la lectura! Oportunidad Por eso no estará de más aprovechar la oportunidad que nos brinda el primer centenario de su muerte para reivindicar nuevamente la obra del genio portentoso de Nantes, que convirtió la literatura de aventuras en la mejor forma de asentar el gusto por la aventura de la literatura. Explicaba un Verne ya otoñal que «ahora viajo sólo con la imaginación». Gracias a él lo hacemos todos sus lectores. De hecho, ayudar a un niño a que se aficione a leer a Verne es obsequiarlo con uno de los mejores regalos de su vida. Hagan la prueba, y lo verán.