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En medio de fastuosas celebraciones, se cuela la improvisación de las ciudades donde vivió

Francia encumbra la figura de Julio Verne en el centenario de su muerte

El único descendiente del escritor reniega de él y pide que lo dejen tranquilo

Exposición de objetos de la novela de Verne «Veinte mil leguas de viaje submarino»

Publicado por
María Esperanza Suárez - parís | corresponsal
León

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Los franceses nunca han dejado de celebrar que Julio Verne sea su compatriota. Compañero desde su infancia, conmemoran el centenario de su desaparición física con inenarrables sorpresas en todo un país que, con una lectura media de 11 libros por habitante al año, conoce muy bien a sus clásicos. El festival de cine y la competición deportiva que llevan su nombre se disputan desde hace años. Y su único descendiente sigue agobiado por la importancia de semejante tatarabuelo. Las tres ciudades base en la vida del padre de la ciencia-ficción (Nantes, París y Amiens) han aunado ingenio y presupuesto para presentar al público todos los ángulos posibles de sus 63 novelas. Las veinte mil leguas del Capitán Nemo  y la fascinación personal de Verne por el mar centran la exposición organizada en la capital por el Museo de la Marina. Viaje al centro de la Tierra El viaje al centro de la tierra será en diciembre, con el público en el terreno central del Stade de France y efectos que incluyen tornados. La ciudad de su muerte, Amiens prepara para mayo sus dos días en globo.  La biblioteca local ha rescatado muchas de sus pertenencias personales y el «Imagiarium» invita a una inmersión total en su obra. Pero la casa de Verne estará cerrada por reforma a partir del día 31. También ha habido imprevisión en Nantes: el museo de su ciudad natal no reabrirá hasta septiembre. La semana pasada, el catamarán Orange II  batía el récord al dar la vuelta al mundo en 50 días, ganando así la 13ª edición del Trofeo Julio Verne. También se celebra desde hace 13 años un festival de cine con las mejores adaptaciones de sus obras, desde aquel famoso viaje a la Luna de 13 minutos de George Méliès en 1902. Es demasiado para un único descendiente. Jean Verne prefiere la música y se confiesa «agobiado» por un antepasado que nunca le cayó simpático. Las opiniones divergen, sin embargo, al evocar el alcance su verdadera dimensión. Así, el escritor Jean-Marie Le Clézio asegura «verse obligado a constatar» que Julio Verne «se ha convertido para los franceses en un genio desconocido, desdeñado por aquellos que componen las antologías de la literatura, relegado al purgatorio de los novelistas para la juventud.