INTERFERENCIAS
Nunca fue así
NUNCA una agonía y el fallecimiento de un Papa, habían tenido tal cobertura televisiva global. Es más, lo sucedido desde el miércoles cuando el Pontífice se asomó para el gesto inútil de intentar hablar, hasta que oigamos a su sucesor, debiera ser materia de estudio para analistas y estudiantes de la Comunicación. No ya por la parafernalia televisiva volcada sobre el Vaticano y las vergonzantes tarifas pagadas por el alquiler de balcones y terrazas al negarse el propio Estado Vaticano a admitir cámaras en su territorio, sino también por los abundantes rumores elevados a noticia (que si abría los ojos al hablarle, que si despachó en su lecho...), la especulación al límite del ridículo alimentada por el relativo hermetismo pontificio (algunos dieron el fallecimiento varias veces...), y la percepción de que el Vaticano deberá enfrentarse a importantes cambios en su política informativa, todavía alejada del siglo XXI. Cierto que Juan Pablo II supo aprovechar las posibilidades mediáticas en beneficio de su papado, y ahora se le corresponde con igual interés. Nadie imaginaría un cuarto de siglo antes que centenares de iglesias abrirían sus puertas para orar por el Papa o que en campos de fútbol y basket españoles se guardaría un minuto silencio. E incluso que La Primera de TVE, durante un mandato socialista, dedicara la casi totalidad de su parrilla dominical al óbito papal. Hasta que conozcamos al sucesor, la tele no abandonará el Vaticano. A la vistosidad de las honras fúnebres seguirán las especulaciones sobre el cónclave cardenalicio del que no habrá imágenes y que las televisiones ilustrarán recurriendo al cine, como el filme Las sandalias del pescador (Michael Anderson, 1969), reemitidas estos días por su puntillosa recreación de una elección papal.