Diario de León

El Quijote por entregas | Capítulo / Semana XIV

El muerto al hoyo

En que se leen unos versos del malogrado amante, que resulta ser mal perdedor en asuntos de faldas, y se organiza un debate sobre libertad amatoria

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Eduardo Riestra
León

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La verdad es que los versos de Grisóstomo se las traen. Abran ustedes su Quijote por el capítulo de hoy (alguna vez hay que abrir el libro, digo yo) y échenles un vistazo a los improperios del finado. Hombre, a mí me parece que tampoco hay que ponerse así. Por lo que deduzco, la chica está para comérsela, y el pastor advenedizo decide que la quiere para él. ¡Toma, y yo! Pero entonces, como ella no le hace caso, primero la pone verde y luego se mata. A mí, qué quieren que les diga, me parece que -como diría mi madre- ese chico lo que es, es un maleducado. Eso sí, termina la elegía con una estrofa estupenda: «Canción desesperada, no te quejes/ cuando mi triste compañía dejes;/ antes, pues que la causa do naciste/ con mi desdicha aumenta su ventura,/ aun en la sepultura no estés triste». Bueno, pues fíjense ustedes si tengo razón que hasta el amigo Ambrosio se ve obligado a admitir públicamente que su compañero, el pastor poeta cuyo cuerpo aguarda sepultura, se había pasado un pelo en sus acusaciones, que la Marcela será cruel, arrogante, quizá desdeñosa, pero es una chica muy honesta. Vamos, como Gracita Morales. Y en estas estaban cuando aparece el rey de Roma, es decir, la susodicha Marcela. Se crea cierto bullicio entre los hombres, pero la joven los acalla y les habla de la siguiente manera: «Vosotros me culpáis de la muerte de Grisóstomo. Decís que soy hermosa, y luego quiérote por hermosa; hasme de amar aunque sea feo . Pero ni siquiera a iguales hermosuras, tiene que haber iguales deseos». La verdad es que la moza se explaya bonitamente, pero qué quieren que les diga, abunda y abunda en lo mismo, que yo, con gran autoridad materna, he dejado claro al inicio de éste capítulo. Ella acaba su vehemente declaración y desaparece de nuevo monte arriba, y como quiera que algunos de los asistentes al entierro hacen ademán de ir tras la joven, se planta nuestro héroe en medio del grupo con la mano en el puño de la espada y la voz firme y les dice: Que nadie se atreva a seguir a Marcela contra su voluntad, aquí expresada. Acabaron, pues, los pastores la quema de los versos y el enterramiento del fiambre y cubrieron el hueco con una piedra, en espera de la losa que Ambrosio quería mandar hacer, en la que encargaría grabar el siguiente epitafio: « Yace aquí de un amador/ el mísero cuerpo helado,/ que fue pastor de ganado,/ perdido por desamor./ Murió a manos del rigor/ de una esquiva hermosa ingrata,/ con quien su imperio dilata/ la tiranía de amor ». Y dicho esto, se disolvió la reunión y cada uno se fue por su lado. (En mi ciudad, algunos irían al Huevito). 1397124194

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