INTERFERENCIAS
Ratzinger
COMO sigue y seguirá en antena durante muchos días, veamos a Ratzinger desde el punto de vista televisivo e ignoremos su nueva condición de Benedicto XVI para descenderlo a ras del ser humano que necesitará de la imagen para su función pastoral, como hábil mente hizo su predecesor. Anda escaso de telegenia. De entrada, y aunque eso importe poco a las cámaras, eligió para su papado un nombre que se lo hubiera desaconsejado hasta el más obtuso de los técnicos en marketing. Otro rasgo a tener en cuenta y que fue notorio en su primera salida al balcón del Vaticano, también televisada a medio mundo, fue una perceptible sensación de entusiasmo apagado entre el auditorio allí congregado. O bien esperaban otra cosa, o bien la imagen del cardenal Ratzinger tenía poco de próxima a los fieles. Las secuencias de archivo, incluso las fotografías recuperadas de su forzado pasado en las Juventudes Hitlerianas, lo muestran distante, como introvertido. Le costará lograr la espontaneidad de Juan Pablo II, entre otras cosas porque ya está mayor y por fuerza carece de la agilidad de aquel recién llegado al papado. Hasta cuando sonríe, algo chirría. Teniendo en cuenta que Juan Pablo II fue un prelado mediático, hábil administrador de sus tiempos icónicos, con Ratzinger será distinto. No habrá sucesor capaz de convencer a un casi octogenario de la necesidad de modular su imagen y sus gestos para hacerse querer.