Puntualidad, nervios y mala megafonía

Con exquisita puntualidad la ceremonia comenzaba a las doce en punto bajo los acordes del himno nacional y con la entrada de los soberanos al paraninfo. Ferlosio, ataviado con el preceptivo chaqué que le alejaba de su habitual desaliño, con el nudo de la corbata algo suelto, eso sí; risueño y una pizca desorientado por los nervios, cumplimentó a los reyes, la ministra de Cultura, la presidenta de la Comunidad de Madrid y el resto de personalidades, entre las que se encontraba el Director General del Libro, el leonés Rogelio Blanco. El autor se había negado a distribuir copias de su discurso, lo que, unido a su decir apresurado y dificultoso, el complejo nivel conceptual de su disertación y la escasa calidad de la megafonía, hizo que el nutrido auditorio tuviera que esforzarse sobre manera para seguir el hilo de una disertación en la que deambuló por dos milenios y medio de historia de las ideas. Además, incluyó citas en diferentes idiomas e introdujo conceptos de difícil digestión como «pensadores gengiskanescos».