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El gigante de la fertilidad

Juan Pedro Aparicio, Andrés Trapiello y Alfonso García, autores más vendidos en las primeras jornadas de una feria en la que ya se comentan las propiedades mágicas de la Negrilla de Amancio

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León

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Aunque estuvo amenazando lluvia toda la mañana, no fue lo suficientemente persuasiva para disuadirnos a los que sentimos la atracción irresistible del papel impreso. Además del paraguas, cogí una enorme bolsa con la esperanza de poder llenarla con tanto sabroso ejemplar y no verme en la afrenta de tener que recoger los libros que comprase del suelo, como me sucedió la última vez. Cuando llegué a la plaza de San Marcelo, las primeras gotas se posaban obstinadas sobre las cubiertas y los lomos de los últimos  best-seller para desesperación de algún librero poco precavido. Sin embargo, y salvo la disgustada cara del concejal de Cultura, que lanzaba miradas de soslayo hacia las amenazantes nubes, el resto del público parecía no importarle demasiado que aquello se convirtiera en un diluvio. Alrededor de las casetas se arremolinaban los transeúntes que amagaban con adquirir los últimos ejemplares de La vida en Blanco de Juan Pedro Aparicio, uno de los récord de ventas hasta el momento. A pocos metros, Alfonso García presentaba en el viejo Consistorio, ante una nutrida concurrencia, sus Leyendas de León , sugerentes historias del León más profundo, y que nada o poco tienen que ver con las que siempre nos han contado plumas añejas. El crujir del pasado y el olor a cirios de ermita se entrelazan con las más calientes historias populares, como la del gigante yacente de la plaza de Santo Domingo, al que ya acuden peregrinos de toda España a tocarle sus partes pudendas porque, como subrayó el autor, «aseguran la fertilidad», o al menos te dejan como estás, que no es poco. Una simpática señora de Carbajal comentaba a su amiga, mientras hacía cola para que Alfonso le firmará el libro, que había enviado dos ejemplares a su hija y yerno residentes en Bolivia, que después de siete años de matrimonio continuaban sin familia, para que se animasen a venir a tocarle los genitales al ya famoso gigante de la fontana. Gentes curiosas y coleccionistas «en busca de su autor» se apretaban ante las casetas preguntando por los títulos más raros, que dejaban bizco al librero más versado, como el que se acercó a uno de ellos preguntándole por Los ocios del Conde Rebolledo y éste le espetó: «Que yo sepa, el único que tenía el  susodicho elemento era el de cepillarse a las danesas». Para los anales.