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| El Quijote por entregas | Capítulo / Semana XVI |

La asturiana golfa

En que nuestros héroes llegan a una venta donde les curan las heridas, les dan cobijo... y también otra paliza

ABRALDES

Publicado por
Eduardo Riestra
León

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La semana pasada era de gallegos. Pues aténganse ahora a lo que viene los asturianos, que la cosa pinta mal. Recogido por Sancho don Quijote y cargado en el asno como un fardo, molido a palos y derrotado por los muleros tal vez de Lalín (quen me de un pao, doulle un peso), llegaron ambos a una venta que para el loco, como siempre, más bien era castillo. Allí los curaron y les dieron cama en el granero, junto a un arriero acaudalado natural de Arévalo, la tierra del cochinillo. Regentaban la venta un hombre, su mujer y una hija de ambos doncella y hermosa; y también, de sirvienta, una moza asturiana llamada Maritornes: ancha de cara, llana de cogote, de nariz roma, de un ojo tuerta y del otro no muy sana. Pues bien, esta joya prometió al ventero ir a la noche, en secreto, a refocilarse a su lecho. Pero cuando aparece, por el dolor de los moratones, nuestros héroes están despiertos Don Quijote, con su optimismo incorregible, decide que no sería sorprendente que la joven y bella hija de los castellanos se le entregue en gesto de admiración. Por eso, al sentir que una moza se acerca, le extiende los brazos y la sujeta fuertemente para explicarle que, aunque bien quisiera, no puede traicionar a su Dulcinea. Ahora bien, lo que sujeta, lo explica muy bien Cervantes: la camisa de arpillera, los cabellos como crines, y el aliento oliendo a ensalada de fiambres trasnochada. El caso es que el arriero entiende que don Quijote la retiene, y en medio de la oscuridad, se levanta, se acerca al débil camastro del caballero y le asesta un puñetazo en la boca que le hace sangre, y luego se sube sobre él y lo pisotea con saña hasta que la cama cede. Don Quijote, al que se le acumulan las palizas, acaba perdiendo el conocimiento. Pero el ventero escucha el jaleo y aparece con una lámpara buscando a la moza, que se ve que ya sabe de qué pie cojea, y ésta huye al lecho de Sancho, que duerme como un bendito, y al despertarse por el jaleo y sentir junto a sí el extraño bulto, la emprende a puñetazos con la asturiana, que, claro está, se los devuelve. Entonces se incorporan a la melé el arriero, que arremete contra Sancho, y el ventero, contra Maritornes. Entre tanto resulta que en la venta duerme un alguacil de la Santa Hermandad (mira tu qué casualidad. Esto, que me disculpen los académicos, es una grave falta de planificación del capítulo, porque lo apropiado sería que ya supiéramos al llegar a la venta que este alguacil existía. Cervantes: hay que aplicarse un poquito más), y cuando se acerca atraído por el escándalo, topa con el cuerpo inerte de don Quijote, que cree cadáver. Y entonces se apaga la luz.

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