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¿Tiene la Celestina de Burgos?

Mucho fisgón, menos compras y buscadores de incunables, en una feria que echa de menos a bibliófilos como Viggo Mortensen

Publicado por
M. Ángel Nepomuceno
León

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Pasado ya el ecuador, la Feria del Libro concita cada atardecer a mayor número de visitantes que si no compran demasiado sí hojean, hurgan, manosean y preguntan por los libros más singulares, pensando que aquello además de libros actuales es también feria de lance. «Lo cierto -dice Miguel (Maisa)-, que no se vende tanto como parece, a veces te preguntas si no sería mejor quedarse en la tienda, lo único porque te va conociendo otra gente foránea, pero de verdad que se lee poco». Virginia (Valderas), aún está bajo el efecto Viggo y se lamentaba de no haber prestado demasiada atención a aquel joven rubio de ojos azules que hace un mes se presentó en la librería buscando ejemplares sobre el Curueño y la pesca. «Todavía no salgo de mi asombro, que Mortensen estuviera en mi tienda y lo peor de todo es que no le conocí hasta que alguien me comentó quién era. Hizo una buena compra, muy superior a la que hace el mejor bibliófilo. Además hizo compras por duplicado, tal vez regalos». Otra vez será Virginia, no desesperes que con lo que le gustan los libros a Aragorn seguro que la próxima te compra todo los Alatristes por quintuplicado y además te los dedica. Pero ayer lo más singular fue la petición de un señor de edad mediana que andaba por las jaimas buscando una edición de La Celestina de Burgos de 1499, « por supuesto -añadía con acento argentino-, una edición facsímil, porque figúrese lo que sería un original». Y por más que José, el de los diccionarios, intentaba disuadirle de que esa no era una feria de libros antiguos, que él lo que le podía vender era una excelente edición del Espasa en la que hablaba de esa y de todas las Celestinas, el bueno del che se fue rezongando hacia otra, que no diré el nombre, por aquello del decoro, y que le espetó: «Aquí la única Celestina que hay es la que vive en la calle Apalpacoños, tal vez si pregunta allí por ella le pueda orientar». Ni Velázquez hubiera podido pintar la cara de estupor del argentino, que se alejó meneando la cabeza como si estuviera viviendo un sueño. «¿La Celestina?, no te jo..., ¡que compre el Quijote, que pa eso estamos en el año del señor!». Quedó diciendo el bárbaro de librero.