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El congreso de Historia sitúa a los dos leoneses en el social liberalismo

El catecismo de Sierra-Pambley exigía al Estado la felicidad

Fernando de Castro defendió la educación de la mujer para el progreso El genio divulgador y la rebeldía liberal

Alberto Gil Novales, catedrático de Historia Contemporánea

Publicado por
A. Gaitero
León

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Hacer que los individuos sean felices es un deber del Estado y la clave para lograrlo es su formación en los deberes que «manda» la naturaleza y en los derechos como ciudadanos. El ser humano no tiene que esperar a ser feliz en otro mundo. Estos principios aparece en un documento inédito del político y burgués leonés Segundo Sierra-Pambley (León 1808-Madrid 1873), un catecismo moral, que la profesora de la Universidad de León Elena Aguado presentó ayer en el congreso Los Sierra Pambley y su tiempo. Las ideas reformistas en la España del siglo XIX: de la Ilustración a la crisis de la Restauración que organizan la Universidad de León y la Fundación Sierra Pambley. El hacendado leonés admite y parafrasea en este escrito de juventud al barón D'Holbach, una de las numerosas lecturas que le convierten en un ilustrado antes que su formación en Leyes en Valladolid, según la tesis de la profesora Aguado. Segundo Sierra-Pambley no se convirtió, sin embargo, en materialista radical como lo fue su maestro sino que «hizo con su vida lo que se esperaba de él» y sed convirtió en representante de la Cámara Baja entre 1837 y 1861 y de la Cámara Alta entre este año y 1870. Aguado lo define como «un liberal templado» que siempre tuvo «una posición moderada, no excesivamente conservador» que se consideró «representante de sus iguales y protector de sus inferiores», un hombre que fue político por dedicación, pero que nunca vivió de la política. Sin embargo, Segundo Sierras-Pambley vió frustrado su programa vital por la negativa de su sobrina Victorina a casarse con él. Quiso emular, sin éxito, a su admirado D'Holbach, que estaba casado con una sobrina y nunca estrenó el inmueble que preparó y amuebló para fundar su familia en la casa del Cabildo frente a la Catedral que se convertirá en Museo Romántico en el siglo XXI. La casa fue, en su concepción y amueblamiento, fiel reflejo de la división social que había entre hombres y mujeres en la sociedad. Ellos tenían el salón de fumar a hablar de política y ellas «de sus cosas» en otra sala. Para Segundo Sierra-Pambley ni la casa ni las mujeres volvieron a ser mencionadas nunca en sus escritos. Cosa bien distinta al planteamiento de Fernando de Castro (Sahagún 1814-Madrid 1874) un clérigo exclaustrado que encontró la paz cuando descubrió en sus viajes a Europa que el protestantismo y el krausismo hacían posible ser liberal y creyente y empezó a quitar importancia a lo que le prohibía la Iglesia hasta el punto de hacerse enterrar en un cementerio civil baio la creencia de que «toda la tierra es sagrada». Una desigualdad infundada «En su vida nada estaba previsto, es un hombre lleno de contradicciones porque está abierto al cambio y evoluciona» y no fue un político sino un intelectual que tiene un compromiso con la política, subrayó la profesora. Sin duda, una de sus grandes aportaciones fue el debate sobre la educación de la mujer y su defensa como un elemento de progreso. Fernando de Castro vio que la razón de no educar a las mujeres era la desigualdad y defendió, como vio en esas corrientes, que «entre hombres y mujeres no hay diferencia de naturaleza sino diferencia de funciones, división del trabajo», por lo que las mujeres tienen la misma capacidad y el mismo derecho que los hombres a la libertad de conciencia.

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